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El drama de las series canceladas sin final

¿Empezaría usted a leer una novela de la que sabe que le faltan las últimas páginas? ¿O a mirar una película de la que no llegaron a rodar los minutos finales? Si es cierto que el desenlace es imprescindible en tanto complete la obra (¡cómo se abusan ahora del final abierto!), un drama muy actual deja las intrigas inconclusas: las series son canceladas. Y provoca un fenómeno propio de la época, una clase de orfandad que se padece junto a una multitud ajena y silenciosa, aquella integrada por otros como uno que se quedarán sin saber quién es el asesino o qué corno hacen todos esos en el barco o la isla.

 

Una serie de Netflix debe superar los 300 millones de horas de reproducción para asegurarse una siguiente temporada.

 

Los guardianes del algoritmo custodian sus datos con recelo (no hay un equivalente al rating entre las plataformas) pero se dice que una serie de Netflix debe superar los 300 millones de horas de reproducción para asegurarse una siguiente temporada. No llegó a tanto 1899, la del barco fantasma: quedó a la deriva. Aunque estaba planeada para resolver el misterio en un arco narrativo de tres temporadas, fue víctima de la “tasa de finalización”, un cálculo que determina cuánta gente que empieza la serie… la termina (solo un 32 por ciento). Los pasajeros de ese barco quedarán como los espectadores, varados en un limbo con principio pero sin final. ¿Es el síntoma del exceso y la saturación? Justo una década atrás se hablaba de la era dorada de la TV y se juraba: “La mejor dramaturgia hoy está en la televisión”. La cantidad de series canceladas es el índice que marca el principio del fin. Si se calcula que hay unos cinco mil títulos disponibles en las distintas plataformas, en los próximos años se sumarán a un ritmo menor: la nave se orienta hacia puertos seguros, el modelo que inauguró Netflix con su maldita House of Cards, una gran producción con guionista, director y actores taquilleros, y ya no un menú casi infinito de ficciones a medias. Mientras tanto, ahí donde el gancho al final de una temporada proponga una intriga para mantener atrapada a la audiencia, los recortes presupuestarios convertirán la promesa en estafa: sin final, el misterio nunca llegará a resolverse.

 

Qué habría sido del público sin conocer el destino último de Walter White en Breaking Bad o la epifanía definitiva de Don Draper en Mad Men (aunque hay finales, como los de Lost o Game of Thrones, que es mejor olvidar que recordarlos). La generación hecha con el cristal líquido de las pantallas de los televisores y teléfonos exige la sanción de un nuevo tipo de derecho humano: toda persona tiene derecho a la conclusión de su serie favorita. Fin.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.