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El dulce aroma del petróleo

¿Tiene olor el petróleo? Según la enciclopedia, sí. Y ese olor debería ser un olor más bien dulzón, pero lo que huelo al llegar a Houston, Texas, es otra cosa: huelo a dólares (y ese olor, para los argentinos, sí es muy reconocible). No es casual: está entre las veinticinco ciudades del mundo con mayor cantidad de millonarios y se dice que es el hogar de un millar de las mayores fortunas del planeta. Pero acá los riquísimos no se adornan con el bling bling de joyas que tintinean ni visten los trajes costosos de los banqueros de Wall Street: usan vaqueros, sombreros de cowboys y, claro, botas texanas. Los capos de las empresas petroleras saben que Estados Unidos es un país organizado alrededor de la cultura del automóvil y ellos producen la gasolina: tienen la jactancia despreocupada del que se asume como motor.

Ciudad de millonarios, en Houston el oro negro huele a dólares y los vaqueros no suben a caballos sino a rascacielos.

 

“Todos los edificios de Texas dan la sensación de ser unidades prefabricadas que han aterrizado en el terreno”, escribe Edmund White en Estados del deseo, su libro de crónicas norteamericanas: “Son pura expresión de la voluntad y no tienen relación con lo que los rodea”. Los rascacielos parecen ladrillos de cristal de un Lego monstruoso recién encastrados en una ciudad de calor mercuriano: en agosto, se dice que las gallinas ponen huevos fritos y la mayoría de los edificios están conectados por túneles subterráneos, o a la altura de los pisos bajos, con aire acondicionado para que ningún inquilino se empape de sudor. Aunque tienen nombres de vaga raigambre histórica, como el Salón del Viejo Oeste en el palacio Sans Souci, parecen cápsulas espaciales desparramadas por esta ciudad conocida como space city porque acá está el centro espacial Johnson de la NASA (¿los cohetes también funcionan con gasolina y en tal caso habrá un momento en que al astronauta se le indique “pasalo a nafta”?). Orgullosa y hasta arrogante, Houston es una metrópoli que produce rascacielos con la velocidad con que se llena un galón y así el paisaje tiene algo de incongruente: los vaqueros no montan caballos sino autos que simulan naves y su contraste con los edificios tipo Apollo 13 parece un gesto de cortesía al pasado o un capítulo de La dimensión desconocida en que extrañamente un cowboy se duerme en su rancho y se despierta en otro planeta. Según White, los edificios de Houston son “tan extraños como estaciones espaciales sobre el hostil Marte”.

Leo que la economía de Texas es mayor que la de Rusia (con un PBI de 1,7 billones de dólares por año) y eso gracias al petróleo. “Es solo un lugar al que escapar, una ciudad en la que se puede hacer dinero fácil y luego irse sin lamentarlo, una suerte de hoja de trébol en el Camino Norteamericano a la Riqueza”, escribe White. Sin grandes atractivos más que sus edificios y su centro comercial, Houston es una ciudad levantada en un humedal para que ningún millonario tenga ni un problema: no es raro que un oligarca del petróleo encienda su cigarro con un billete de dólar. Es un dato crudo.

Publicado en Brando

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.