“Sust., masc.: lugar poblado de cafetos”. Con su espartana precisión, el Pequeño Larousse Ilustrado, el hermoso diccionario heredado en su sobria edición de 1972 con la que me eduqué y que sobrevivió a todas mis mudanzas, engalanado en esas tapas durísimas de cuero azul que encierran 1565 páginas de saber desactualizado (¡la computadora se define como “calculadora electrónica!”), aun así devela un misterio de todas las épocas: “¿Qué es un cafetal?”. La pregunta fue la cuarta más buscada en Google durante el año que recién terminó, por debajo nomás de otros “qué es”: Line, jesuita o stalkear, las palabras que delatan las inquietudes tecnológicas, religiosas o sociales del 2013. Entre “cafeína” (“alcaloide extraído del café”) y “cafetalero” (“dueño de un cafetal”), el “diccionario enciclopédico de todos los conocimientos”, como supo autodefinirse en su ambición universal, ofrece una respuesta sólida e inequívoca, compuesta en una bella tipografía serif e impresa a cuatro colores sobre papel mate, a la pregunta que se viraliza en bits.
¿No resulta raro que en el anárquico océano de inquietudes que se agita en Internet, desde la edad de una conductora televisiva hasta el resultado de un partido del ascenso, la duda acerca del cafetal haya llegado al top 5 de las consultas? Acaso delate el interés de una generación que descubrió el café en el fondo de un vasote “venti”, sepultado por leche, caramelo, hielo y azúcar cada vez que haya pedido un frappuccino. O tal vez confirme la explosión de la Tercera Ola como un movimiento cafetero que agita la revolución en las tazas, un fenómeno extendido entre los bohemios-burgueses que consagran al barista como héroe contemporáneo y que hacen del espresso un ritual sagrado (o una declaración de guerra contra los jugos de paraguas). Sea en vasos de cartón con un nombre escrito con marcador indeleble o en un pocillo de porcelana con estrictos 25 mililitros de bebida cremosa, en el origen siempre está el cafeto (“árbol rubiáceo, cuya semilla es el café”, según el Pequeño Larousse), el arbusto que se multiplica de a miles en los cafetales y en cuya semilla esconde un prodigio de la naturaleza: el ADN de la bebida que nos quita el sueño y que en las horas más alucinadas de la vigilia, ésas que trasnochamos frente a la computadora, empuja a preguntarnos por el secreto de la vida o la magia del café, los dos misterios que para mí, entre muchos otros fanáticos, serían distintas versiones de la misma cosa.
Publicado en Clarín
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El pueblo quiere saber qué es un cafetal
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