El ritual del espresso en la tierra del latte

“El ritual del espresso convoca más gente que el ritual del latte“: con esta declaración de principios cafeteros, Frank Schoster, gerente de la boutique Nespresso del Soho neoyorquino, se distingue de la cadena hegemónica de cada cuadra en esta ciudad. Si Starbucks llena sus vasos con hectolitros de leche, en Nespresso la liturgia se celebra alrededor del espresso. Como prueba piloto, la tienda del Soho tiene una cafetería en la planta baja y la boutique en el primer piso. Las cápsulas se disponen, multicolores y arrogantes, en una pared alta detrás de la barra, donde los baristas demuestran su virtuosismo en las preparaciones. Por sus reminiscencias europeas, el bar es un boom entre los bohemios burgueses de Manhattan. Siempre hay fila: una recepcionista oriental ordena las impaciencias y, ya en la mesa, un camarero colombiano sugiere los Grand Crus del día. Por 10 dólares, un combo: espresso y degustación de tres delicias, macaron, canele y financier. En las pantallas de LED (no hay bar en Manhattan que no tenga pantallas de LED), el chef argentino Mauro Colagreco exhibe las cualidades de Crealto, la edición limitada de la temporada. Orgullo de exportación: como en épocas menos felices del “déme dos”, los argentinos (con los brasileños y los colombianos) son mayoría entre los clientes, que aún desconciertan al más entrenado de los mozos: “For me, a cutted” (perdido en la traducción, “para mí, un cortado”).