“Las máquinas express automáticas se roban el ritual y el romance de preparar un café”: éste es el lapidario diagnóstico de la periodista de diseño Alice Rawsthorn, que hoy publica en el New York Times un largo artículo “en defensa del viejo y querido espresso“. Alice se queja de las máquinas modernas, en particular las de cápsulas: “Las odio”, confiesa. Ella dice que las principales virtudes de estas cafeteras (velocidad, eficiencia y exactitud) las prefiere para otros aspectos de su vida, como el transporte, las comunicaciones y las finanzas. Pero no preparar un espresso: “Algunos rituales son demasiado preciosos como para ser reducidos a fórmulas, y éste es uno de ellos”. Alice sostiene que, a diferencias de las aspiradoras o los lavaplatos, las máquinas automáticas de café no vienen a reemplazar ninguna labor penosa; más bien, todo lo contrario. Y defiende la placentera sensación de moler tus propios granos y preparar el café como se hacía antes, como se hizo siempre. En definitiva, la suya es una rebelión contra la tiranía del diseño uniforme: “En una cultura globalizada, donde tantos aspectos de nuestras vidas se volvieron aburridamente previsibles, es poco sorprendente que algunos de nosotros extrañemos las viejas idiosincracias”.
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En defensa del viejo y querido espresso
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