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Evita, ícono gay

Los cuerpos, la música, el alcohol, la transpiración, el amanecer, la discoteca: en Tel Aviv, el templo profano de la cultura gay se rinde frente a la estampita de una santa argentina. El boliche se llama “Evita”, es uno de los principales centros de diversión homosexual de Israel y un retrato gigante de Ella bendice la pista: si es cierto que la cultura disco se convirtió en la herramienta más efectiva en la lucha por la liberación gay, la presencia simbólica de María Eva Duarte de Perón abriga a una nueva clase de descamisados: todos bailan sin remera.

¿Por qué Eva Perón se ha erigido en una estampita de adoración queer? El mito de la “Abanderada de los humildes” ha dado un giro en clave de identidad sexual. Se reivindica su amistad y protección a los homosexuales de su época y hoy es venerada por la agrupación Putos Peronistas.

 

A 9.000 kilómetros de ahí, en la platea del Teatro Marquis de Broadway, cualquier espectador con inquietudes de drama queen se identifica con el martirologio femenino: nuestra Elena Roger conmueve hasta el llanto con la pasión según Eva, en una versión de la obra de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice donde no aparece como la villana díscola propia del maniqueísmo de una película de Disney: atisbos de justicia y rastros de humanidad para esa mujer consagrada como personaje icónico del género gay por excelencia (la comedia musical), desde su amistad y protección con los homosexuales contemporáneos, como su modisto Paco Jaumandreu o el cantaor Miguel de Molina, hasta la veneración de la agrupación Putos Peronistas. Un folklore justicialista pone en boca del diseñador una frase que nunca se habría dicho en voz alta: “En este país, ser puto y ser pobre es lo mismo” (1). En las seminales memorias de Jaumandreu se consagra la admiración del gay por la tragedia, la angustia y la pelea tortuosa entre culpa y deseo que caracteriza a todas las grandes divas (2): “‘¡En qué puteríos andarás vos!’, me decía cuando llegaba tarde o cuando me veía cansado a la mañana. ‘¡Vos debés de ser una liebre!’. Yo no me deschavaba mucho. Un día me dijo, muy suelta de cuerpo: ‘Te espero a las ocho. Pero a las ocho. A ver si te encontrás con un chongo en el camino y llegás pasado mañana’”.

Todo un cliché de las relaciones entre una dama fálica y su confidente, el vínculo de Evita con Jaumandreu cimentó el mito de ícono gay: “Ella se rodeó de hombres homosexuales, quizás cuando llegó a Buenos Aires en 1935 como una adolescente de ojos soñadores, pobre, iletrada e ilegítima, hasta su muerte el 26 de julio de 1952, como una de las mujeres más poderosas que hayan vivido”, escribió el crítico cultural estadounidense Michael Luongo (3): “La mitad del país, incluidos los gays, la adoraban. La mayoría de los demás, especialmente los argentinos de clase alta, la odiaban”. En las décadas del ’40 y del ’50, los “invertidos” integraban una casta denigrada que vivía oculta, en un estado de angustia, estupor, desolación y miedo, sufriendo “la humillación del grito, de la trompada, del furor o de la impotencia” (4). Acaso unidos en la desventuras de sentirse ilegítimos, Evita y algunos de los pocos homosexuales públicos de la época unieron lazos con la aprobación desconfiada del general Juan Domingo Perón, que toleraba el vínculo como otra prueba de su conexión con los sectores menos favorecidos por la simpatía social, aunque el peronismo como movimiento político haya sido rabiosamente homofóbico. 

La anécdota cuenta que, en 1948, el embajador español organizó una recepción oficial y el artista elegido para animar la noche fue el inequívoco Miguel de Molina que, al indagar a Perón sobre la canción favorita de su repertorio, escuchó la respuesta inesperada: La otra. La copla no sólo era el éxito de Concha Piquer, rival histórica de Miguel, sino que sus versos no admitían la interpretación masculina, por lo que el cantante se vio obligado a entonar con elegancia el dramita femenino (“yo soy la otra, la otra”), lo que parece haber divertido al sardónico General. “Yo tuve un privilegio, estoy seguro: ver reír a carcajadas a Eva Perón”, escribió Jaumandreu, quien en sus memorias también recuerda los consejos de Ella a la hora del levante y los dilemas amorosos: “Paco, yo creo que vos te arrepentís de no haber empezado antes la cosa volteándote los lindos chicos. Lo tuyo no es resentimiento, es bronca por haber sido tan puro más tiempo del debido”.

Llorar por esa mujer

Entre los amigos íntimos de Evita, el peluquero Julio Alcaraz fue su gran confidente, pero además el creador del peinado icónico de cabello tirante y rodete que hoy se multiplica por Broadway y el mundo, reversionado como afiche y estampita. En Santa Evita, la monumental novela de Tomás Eloy Martínez que narra la odisea del alma y el cuerpo de Eva, la figura de Alcaraz se reescribe en una mezcla de realidad y conjetura como el homosexual generoso que dio protección bajo su ala a la jovencita recién llegada de Junín a la ciudad grande (5). Pero el papel más importante del peluquero en la construcción del mito fue su participación en el documental Queen of Hearts, producido por la televisión británica en 1972 (6). Con la ambición de revisar la influencia de la “reina de corazones” a veinte años de su ingreso a la inmortalidad, el director Carlos Pasini Hansen entrevistó a Alcaraz en Buenos Aires y sus palabras sirvieron de inspiración para el autor inglés Tim Rice, que en un rapto de emoción escribió la letra de Don’t Cry For Me Argentina, interpretando el dolor de Ella en las vísperas del renunciamiento histórico (7): “Será difícil de comprender / que a pesar de estar hoy aquí / soy del pueblo y jamás lo podré olvidar”. Puro éxtasis dramático.

Desde su estreno como comedia musical, Evita fue protagonizada por mujeres adoradas por los gays, como Patti LuPone, Elaine Page, Faye Dunaway o Madonna. “Evita se convirtió en ícono gay mundial cuando su historia fue tomada por Webber y Rice en 1976 para el musical Evita y terminó por consagrarse cuando Madonna, cumpliendo un viejo sueño, protagonizó la película de Alan Parker basada en aquella comedia musical. Como la película fue rodada en la Argentina, muchos turistas quieren conocer los lugares originales que vieron en el cine”, precisó Osvaldo Bazán en su documentadísima Historia de la homosexualidad en la Argentina (8). Si el personaje de Evita es un clásico en el repertorio de los transformistas argentinos (trajecito sastre, rodete oxigenado y expresión beatífica pero severa), su elipsis trágica y su estilo Chanel la convierten en cliché sobrecargado: Gabriel Miremont, curador del Museo Evita en Buenos Aires, definió como “la Barbie Evita” la tendencia a exagerar los oropeles de sus joyas y el glamour de sus ropas después del éxito de la comedia musical, tergiversando su verdadero papel histórico.

“Para algunos gays argentinos, el glamour de ella y su vínculo con las causas sociales tienen la misma importancia”, compara Luongo. Hace una semanas, el consulado argentino en Nueva York inauguró la muestra Evita: Passion and Action, donde se exhibieron los vestidos y las obras de arte inspiradas en el “estilo Evita”. Unos meses antes, el diseñador Roberto Piazza había presentado una colección espectacular, inspirada en las creaciones de Jaumandreu y de Dior, para conmemorar los 60 años de la muerte de Eva, todo brillitos y purpurinas. El desfile se realizó en la Legislatura porteña, donde el cuerpo ya casi embalsamado de Evita se exhibió durante las dos semanas del velorio público más fastuoso que recuerde la Argentina. Entonces y ahora, exceso, lujo y dramatismo, tres taras adoradas por el arquetipo más trillado del gay como drama queen, en tanto fanático de las comedias, las bodas y los funerales.

La ley del deseo

Ahí donde un brulote homo agrega el artículo femenino antes del nombre para remarcar la mariconería de un tercero, una agrupación política juvenil cambia de género al dentista que fue presidente durante 49 días (“La Cámpora”) aunque no se anima al travestismo completo: no se escuchó que ningún militante se refiera a él como “la tía”. En plena memorabilia setentista, el Relato todavía le debe un desagravio al Frente de Liberación Homosexual (FLH): fundado en agosto de 1971, levantaba la bandera de la “lucha contra la opresión que sufrimos, que es inseparable de la lucha contra todas las demás formas de opresión social, política, cultural y económica” y que exigía la derogación de la legislación antihomosexual como parte del “desmantelamiento del aparato represivo”. La cabeza visible del FLH era el brillante poeta Néstor Perlongher, que vivía en La Tablada bajo el seudónimo de “Rosa Luxemburgo”: según Bazán, “pasaban tantos chongos por esa casa que el propio Néstor hablaba de la ‘Fundación Rosita’, ya que desfilaban por ahí tantos morochos como por la ‘Fundación Evita’”.

A pesar de la virulenta homofobia peronista, varios dirigentes del FLH vislumbraron que podía ser posible (y hasta deseable) una unión entre el justicialismo y el Frente. Por eso, aquellos gays politizados estuvieron presentes en dos momentos fundacionales del peronismo setentista. El 25 de mayo de 1973 asistieron a la asunción de Cámpora, unidos bajo un lema inspirado en la Marchita (“Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad”) y el 20 de junio de ese mismo año fueron a esperar a Perón a Ezeiza, denunciando a “los inventores de la palabra ‘prudencia’” y levantando un cartel donde mayúsculas y minúsculas se mezclaban en desarmónica convivencia: “MARIA EVA DUARTE DE PERON. ¡Queremos vivir y amar libremente en un país liberado!”. ¿Una unión deseable? Años después, Perlongher aclararía las intenciones del colectivo homosexual en un discurso famoso: “No queremos que nos persigan, ni que nos prendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen” (9).

En un FF.WW. que lleva la acción casi cuarenta años más adelante, cuando un gobierno justicialista promovió la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario, la agrupación Putos Peronistas celebra la “crispasión” de la época (no hay error ortográfico: se entiende como “pasión por Cristina”) y elige como emblemas de veneración a Evita, Perón, “el Bebe” Cooke, Cámpora, Arturo Jauretche, Cacho el Kadri, Jaumandreu y Perlongher, entre otros (10). El grupo convoca a “tortas, travestis, trans y putos del pueblo”, bendecidos por una foto de Néstor Kirchner junto a la bandera del arcoiris gay, y reunidos “detrás de la convicción de que el peronismo es el único movimiento capaz de lograr el sueño de vivir y amar libremente en una patria liberada”, según se afirma en el documental Cumbia del sentimiento, producido con apoyo del INCAA (11). Con el título “Ni gays ni gorilas: putos peronistas”, el diario rosarino Cruz del Sur reconstruye la historia de “uno de los más singulares movimientos políticos surgidos al calor del kirchnerismo” (12): “Curiosamente, el fundador de Putos Peronistas es hétero. Se llama Pablo Ayala y es un joven militante de la JP de La Matanza que se presenta como ‘un arqueólogo del movimiento convertido en putólogo peronista’. Para explicar el origen de esta agrupación, Ayala señala como fundamental el vínculo que creó con los travestis matanceros desde que se mudó a un barrio de González Catán ubicado a la vera de la ruta, donde muchos de ellos trabajan. Según recuerda, casi sin darse cuenta su casa se fue convirtiendo en un refugio para los frecuentes problemas con la Policía o con otros grupos de travestis”.

Finalmente, todos unidos triunfaremos: la génesis del movimiento ocurrió cuando Ayala observó la marcha que acompañaba los restos repatriados de Perón. “Por Paseo Colón vi a un travesti siguiendo el cortejo fúnebre del General. Esa imagen me pareció muy simbólica, porque históricamente el peronismo siempre dio cabida a los marginales. Eso me decidió a llevar a cabo la experiencia de la militancia desde la diversidad”. La calle como réplica a la discoteca: si para el israelí Shay Rokach, dueño del boliche en Tel Aviv, “Evita es un polo central en la comunidad gay”, para el bonaerense Ayala, en cuestiones de identidad sexual, la lealtad peronista separa la paja del trigo: “El gay es gorila, el puto es peronista”.

1. Juan Carlos Desanzo, película Eva Perón, Buenos Aires, 1996.

2. Paco Jaumandreu, La cabeza contra el suelo, memorias, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1981.

3. Michael Luongo, Evita: Gay Icon Then & Now, Gay City News, Nueva York, 2012.

4. Oscar Hermes Villordo, La brasa en la mano, Editorial Bruguera, Buenos Aires, 1983.

5. Tomás Eloy Martínez, Santa Evita, Editorial Seix Barral, Buenos Aires, 1995.

6. Carlos Pasini Hansen, programa de TV Queen of Hearts, Thames Television, Londres, 1972.

7. Tim Rice y Andrew Lloyd Webber, canción Don’t Cry For Me Argentina, Londres, 1976.

8. Osvaldo Bazán, Historia de la homosexualidad en la Argentina, Editorial Marea, Buenos Aires, 2010.

9. Néstor Perlongher, El sexo de las locas, revista El Porteño, Buenos Aires, 1984.

10. Putos peronistas, http://putosperonistas.blogspot.com.ar/

11. Rodolfo Cesatti, película Putos peronistas: cumbia del sentimiento, Buenos Aires, 2012.

12. Sebastián Stampella, diario Cruz del Sur, Rosario, mayo de 2012.

Publicado en Le Monde Diplomatique en diciembre de 2012

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.