Una rata tamaño Fitito carga una porción de pizza: el grafiti, inspirado en un videíto viral grabado en el subte, se multiplica en paredes y pisos con una leyenda que le hace decir al roedor, como portavoz de los suyos, “amamos Nueva York”. Acá estoy: una ciudad que visito al menos una vez por año desde hace más de veinticinco y de la que pude ver una mutación como la de esa rata gigante. Por eso, la lectura de New York, New York, New York, el libro que traigo a este viaje (un mamotreto que desafía el estricto control de peso de mi valija de mano), resulta reveladora al narrar cuatro décadas de éxito, exceso y transformación de la ciudad que estaba literalmente arruinada en los 70 y que después estuvo a un paso de convertirse en Dubai.
Un libro narra las cuatro décadas de éxito, exceso y transformación de Nueva York, la ciudad más narrada del mundo.
El renacimiento: el autor Thomas Dyja, vecino del Upper West Side, resume en tres grandes capítulos la saga de los tres alcaldes modernos que revolucionaron la ciudad. “En treinta y cinco años, tres Nueva York diferentes evolucionaron a sacudidas”, escribe Dyja: “Tres ciudades parecidas con mucho del mismo ADN, pero cada una más grande, más rápida y más elegante que la anterior, cada una más despiadada y más bella”. Desde 1978, a Ed Koch le tocó luchar contra los apagones, el crimen, la inflación, la pobreza y el sida y sentó las bases de un coloso orgulloso. Su vida política fue el epítome del ser neoyorquino: en 1984 publicó Mayor, su autobiografía, que se convirtió primero en bestseller y después, en musical de Broadway.
La reconsideración: con sus ampulosos planes de Tolerancia Cero y Ventanas Rotas (la teoría que dice que si se rompe un vidrio en un edificio y nadie lo arregla pronto estarán rotos todos los demás y eso engendra abandono y delincuencia), Rudy Giuliani transpiró la gota gorda y con el sudor cayó un hilo de tintura negra. Es que Nueva York le sacó canas verdes. A la cabeza de la lucha contra las mafias, el “alcalde de América” disolvió los garitos y los puticlubes de Times Square, otorgó concesiones para teatros y hoteles y convirtió la ciudad en un parque temático de ella misma. Y casi de salida, tuvo que conducirla frente a su trauma mayor, el ataque contra el World Trade Center, que la despertó de una fantasía intocable.
La reimaginación: dueño de unos 54 mil millones de dólares, el magnate Michael Bloomberg soñó con una ciudad opulenta. “Fusionó la municipalidad en su propio imperio”, escribe Dyja en New York, New York, New York al enumerar las aventuras de los loros del hip hop y los toros de Wall Street que alentaron la construcción de una ciudad seis estrellas. Repleta de tiendas carísimas o restaurantes exclusivos, en los primeros años de este siglo renunció a su vocación fundacional de convivencia horizontal con la supremacía de los yuppies y los hipsters. Esa Nueva York del lujo asiático ya tampoco existe: la pandemia dio un golpe de realidad a la ciudad que se autopercibía como un emirato norteamericano y el futuro todavía no está escrito.
¿Qué sigue? Acaso con vocación de faro, la ciudad más narrada del mundo aún pueda reinventarse y eso será valioso si es cierto lo que escribe Dyja: “Es una ciudad que crea maneras de vivir que finalmente pueden cambiar a otras ciudades en cualquier lugar”. Ya me toca volver a casa y me pregunto cómo la encontraré el año que viene: en cada visita, una y otra vez, siempre nueva.