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La edad para ser rebelde, güey

“Si siguen yendo a esos lugares van a terminar nerds o putos”: la advertencia toma la forma de un empujón clásico del recreo largo de la secundaria. Pero Carlos, que sigue yendo a esos lugares (aquellos que acá les dicen boliches y allá, acaso con más justicia, antros) una vez que empieza, no termina lo uno ni lo otro. La película mexicana Esto no es Berlín, recién estrenada aquí en Star+, sitúa la acción en 1986 y aunque treinta y cinco años atrás las crestas moldeadas con jabón blanco o el delineador de ojos para varones hayan sido una novedad que los centennials ignoran, y entonces las batallas de gallos o el sexting por celular ni se imaginaran, las adolescencias son parecidas: un rito de iniciación con más códigos que Hammurabi.

 

Desde México, una fábula adolescente: la película plantea los dilemas de todo rito de iniciación.

 

A los 17, Carlos sufre por una madre depresiva, un padre ausente y una vecina que le gusta y los días en el colegio pasan abúlicos hasta que lo invitan a una discoteca under: en el descubrimiento del antro se esconde la revelación de un mundo. La emergencia de la juventud como una etapa diferenciada entre la niñez y la adultez es un fenómeno social que se inventó en la posguerra mundial (hasta entonces se egresaba de niño a mayor con el cambio de los pantalones cortos por los largos) y cada época tuvo sus catalizadores, de aquí, de allá y de mi abuela también. En Esto no es Berlín, el director Hari Sama compone una fábula universal en las que se cruzan las peleítas entre colegios rivales, el hallazgo del deseo, la experimentación con las drogas, el arte revolucionario y Judas Priest, el grupo que inaugura la banda sonora con un tema alusivo: Breaking the Law. Y aunque esos años felices y fatales de la adolescencia hayan alumbrado infinidad de películas del subgénero coming of age, aquí se enfoca desde Latinoamérica, en el norte o el sur del continente, durante los 80, una década marcada por el destape y un estado de transición que era individual pero también colectivo.

 

El término teenager empezó a usarse en los Estados Unidos en 1944 para definir a las personas que tienen entre 14 y 18 años. Como la televisión a colores, la comida rápida o el café americano, tardó unas décadas en llegar al resto de América. Pero llegó. En 1986, el DF mexicano, Bogotá o Buenos Aires eran hervideros de juventud urgente y aunque ninguna ciudad pudiera compararse con Berlín o Nueva York, el espíritu adolescente confirmaba la antigua observación de John Lennon: “En América había jóvenes y en el resto del mundo, solo gente”.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.