Es conocido como “el hombre que destripó a Marilyn Monroe y Natalie Wood”, pero no se trata de un asesino serial: a los 97 años, el médico Thomas T. Noguchi es el famoso “forense de las estrellas”. Por eso, la reedición de Cadáveres exquisitos, el libro que “no pasará a la historia por sus virtudes literarias o su discreción, pero sí, y con letras de oro, por sus patentes cualidades morbosas”, según confiesa su contratapa, es un acontecimiento editorial de vida o muerte: el doctor Noguchi descubre los secretos de las autopsias más célebres y nos lleva a repensar nuestro vínculo con las tragedias de los famosos.
El libro con las indiscreciones del “forense de las estrellas” nos lleva a repensar nuestro vínculo con las tragedias de los famosos.
“En toda muerte hay un enigma hasta que se devela la causa”, escribe el patólogo: “¿Ocurrió de forma natural? ¿Fue un homicidio, un suicidio o un accidente?”. El doctor Noguchi se asume como un “detective médico” y en su ejercicio como forense jefe en Hollywood entre 1961 y 1982 le tocó explorar los cuerpos de muertos insignes fallecidos en condiciones enigmáticas. Nacido en Japón y emigrado de joven a los Estados Unidos, dedicó su carrera a estudiar la fascinante vida de los cadáveres pero no pasará a la historia como un profesional discreto: sus conferencias de prensa multitudinarias ofrecían detalles demasiado íntimos de sus trabajos y por eso fue destituido de su cargo. Y entonces se puso a escribir. Así, Cadáveres exquisitos se propone como un lado B de Hollywood Babilonia, la obra mítica de Kenneth Anger que había exhibido con crudeza la realidad que oculta la fábrica de sueños y se enfocaba en la cuestión más vital de las estrellas: el sexo. En unas cuantas páginas, el doctor Noguchi confirma el regreso de los muertos vivos.
¿Mataron a Marilyn Monroe para encubrir su romance con Robert Kennedy? Según el doctor Noguchi, es muy probable que la diva se haya suicidado aunque “nunca nadie podrá jamás explicar lo que sucedió durante los treinta minutos en que Marilyn Monroe dejó de ser una hermosa actriz que reía y charlaba animadamente por teléfono para convertirse en una estrella agonizante y en una leyenda inmortal”. Sus indiscreciones cuentan cómo estaba la mucosa de su esófago (“se pliega longitudinalmente”) y el interior de su estómago (“casi totalmente vacío”), así como describen los moretones de Natalie Wood tras caerse de un barco en el que estaban Robert Wagner y Christopher Walken, las cicatrices de las víctimas del clan Manson o los pinchazos de Janis Joplin. En una época anterior a TMZ y otros sitios que persiguen a las estrellas, Cadáveres exquisitos es una obra capital en la explotación del morbo y el chimento hasta lo último posible: como escribió Edgardo Cozarinsky en su Museo del chisme, ese relato indefendible que se ensaña en lo corporal.
Entre los recuerdos más vívidos de mi memoria televisiva está la falsa autopsia al cadáver de utilería de Michael Jackson con narices intercambiables (el periodista Chiche Gelblung dijo que se gastó una pequeña fortuna en el truco). En nuestro afán por el chisme, una palabra que en su etimología arcaica remite al sexo de una mujer, vamos hasta lo más profundo de la intimidad de una celebridad, aunque sólo quede un cuerpo sobre una camilla. Para el doctor Noguchi hay una vocación educadora en el fisgoneo: “Todas las muertes enseñan lecciones que los vivos deberían aprender”.
Publicado en La Nación