Inevitablemente tenía que ser un libro corto: en un centenar de páginas, Breve elogio de la brevedad, el ensayo del catalán Antoni Gutiérrez-Rubí recién publicado acá, se propone como un “manual revolucionario” para sobrevivir en la época del fárrago y el apuro. “¿Puedo pedirte algo?”, propone la petición con la que empieza el texto: “Me gustaría que pudieras leer este libro lentamente. Lo breve es corto, pero no tiene que ser, necesariamente, rápido”. Acepto. Si el tuit es una metáfora contemporánea de síntesis y contundencia, y la propia Twitter se achica aún más al rebautizarse X, pienso que en la miniatura puede haber belleza y profundidad.
Un libro que defiende la brevedad en una época de grandes gestos porque en la miniatura puede haber belleza y profundidad.
En pocas palabras, Gutiérrez-Rubí repasa la historia de la civilización para enumerar las formas breves que se convirtieron en géneros propios, como el haiku japonés o el mantra hinduista pero también el prompt con el que se da instrucciones a una inteligencia artificial, con el espíritu de pastiche de Roland Barthes: “Un tejido zurcido con las citas provenientes de otros textos, con las innumerables influencias procedentes de otras tantas fuentes de la cultura”. Así, Séneca comparte páginas con Churchill y Dumas con Cervantes (“sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo”). Su tesis es sencilla: muchas veces, lo breve entraña lo profundo. Pude leer el librito completo casi en lo que tardé en tomar un espresso doble mientras el autor cita al filósofo español Javier Gomá cuando dijo que toda verdad filosófica debe superar el test del café: “Si has descubierto una verdad y no la puedes transmitir brevemente en el curso de una conversación de café, quizás tengas que plantearte la verdad que has descubierto, quizás sea un falso problema, una falsa verdad, porque la prueba de lo verdadero es precisamente poder comunicarlo de manera breve”.
Este Breve elogio de la brevedad transmite la idea de que lo corto trasciende la mera economía de palabras: es un acto revulsivo para los tiempos en que se valora lo más grande o lo más ruidoso (¿vio que ahora todas las películas importantes duran tres horas?). En la batalla final por la conquista de la atención, Gutiérrez-Rubí se pregunta si es posible ejercitar la brevedad cualitativa, un pensamiento breve pero que exprese una cuestión compleja y profunda, porque breve y simple no son exactamente lo mismo. Él es un experimentado consultor político que aquí trabajó para Unión por la Patria y asume que el eslogan de campaña es el epítome de su teoría sobre la brevedad: desde el lema triádico, que expresa una idea en tres términos (“libertad, igualdad, fraternidad” o “sangre, sudor y lágrimas”) hasta la arenga exultante (“¡viva la libertad, carajo!”, aporto yo) porque, según resumió un editorial del Financial Times, “la brevedad en política es el alma de la democracia”.
Voy redondeando: tengo apenas 3.300 caracteres con espacios para cerrar una idea. ¿Es poco o mucho? Depende. Frente a la pantalla en blanco parece una enormidad pero una vez que arranco se libra una batalla impar contra el contador de caracteres y cuando pienso que podría haber usado menos palabras para decir lo mismo se me aparece la cita que se le atribuye a Pascal: “Si hubiera tenido más tiempo, habría escrito una carta más corta”.
Publicado en La Nación