En el origen está la fruta. Simple: el aceite de oliva, como el café o el vino, son el producto de una planta. Nada más natural. Estoy leyendo un manual de historia universal de la alimentación (como fuente de consulta para el libro que estoy escribiendo) y descubro que el aceite de oliva está en los orígenes de la Humanidad, allá en la Mesopotamia que estudiábamos en el colegio o en la antigua Grecia, donde la “tríada sagrada” era la del vino, el pan y el aceite. Por eso, es fundamental cuidar el fruto del olivo (en la Argentina, la marca Oliovita es pionera en la materia, con sus impresionantes olivares en San Juan). Las aceitunas son extraídas del árbol y trasladadas al toque hacia la planta elaboradora, que está ahí nomás. Eso permite cuidar la fruta, manteniendo sus cualidades organolépticas y nutricionales. Un detalle que descubrí en mi nueva pasión por el aceite de oliva: las aceitunas verdes y las negras son las mismas. El color difiere según su grado de madurez.
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La fruta de origen
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