Una tía que había sido enfermera siempre contaba la misma historia. En el hospital donde trabajaba, los horarios de visita se volvían un hervidero de gente y era invariable que aquellos enfermos que no recibían a nadie se hicieran los dormidos: les daba vergüenza estar solos. Ahora, cuando la soledad se considera una pandemia y los países muy desarrollados abren ministerios para estudiarla, gestionarla o combatirla, resulta oportunísima la publicación de Una historia de la soledad, el ensayo del investigador inglés David Vincent: síntoma de estos tiempos o material propio de lo humano, la soledad es el estado de los que no logran conectarse.
¿Estamos más solos que nunca? Un ensayo indaga sobre la “epidemia de vidas solitarias” que marca esta época.
“Las angustias actuales sobre la ‘epidemia de vidas solitarias’ y el destino de las relaciones interpersonales en la cultura digital son reformulaciones de dilemas aparecidos en prosa y verso durante más de dos milenios”, distingue Vincent, que se vale de fuentes históricas y literarias para documentar la evolución de la soledad, desde la “melancolía blanca” de aquellos arrobados por la sensibilidad estética que necesitan del aislamiento para pintar, escribir o componer hasta la “melancolía negra”, el hermetismo que conduce a la enajenación o el colapso. Es que existen dos clases principales de soledad y la traducción de Horacio Pons nos advierte que el idioma inglés las diferencia con mayor claridad que el castellano: solitude es la soledad voluntaria para dedicarse a pensar, descansar o disfrutar del individualismo y su antónimo loneliness es la soledad involuntaria del que quiere vincularse con otros y no puede (my loneliness is killing me!, cantaba Britney Spears en los dos mil). “El apartamiento de la compañía es a menudo el primer signo visible de una crisis mental inminente”, precisa Vincent y enumera los momentos históricos en que al ciudadano se lo castigó con la pena mayor: el destierro o la imposibilidad de estar con los suyos.
¿Estamos más solos que nunca? Parece difícil afirmar tal cosa aunque hace apenas cuatro años el gobierno británico haya nombrado a Tracey Crouch como la primera “ministra de Soledad” en el mundo. “La revolución digital representa la culminación de la búsqueda no solo de la sociabilidad sino, más importante, también de su ausencia”, concluye Vincent (caso testigo: tengo 975 “amigos” en Facebook pero no encuentro a nadie para cafetear esta tarde). Aun rodeados por cientos de personas en la calle o el colectivo, nos embotamos en la burbuja que crean los auriculares con cancelación de ruido y abrimos en el teléfono un juego de cartas para esta época: el solitario.