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Las penas son de nosotros

“Buenas noches”, tan simple y maravilloso como eso, sin ninguna prosa para la eternidad, fue lo último que dijo su padre a la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, una de las autoras más importantes de hoy. En junio del año pasado, James Nwoye Adichie murió súbitamente en Abba, Nigeria, y su hija, que vive en los Estados Unidos, no pudo viajar a despedirse por las restricciones de la pandemia. De ese episodio doloroso nace Sobre el duelo, un ensayo recién publicado que se devela vital para esta época en que contamos los muertos de a millones: si es cierto, como dice Adichie, que la pena es un tipo de enseñanza cruel, porque nos educa sobre lo poco amable que es la muerte, también es verdad que nos muestra lo lleno de rabia que uno llega a estar y cuánto duele eso. 

 

Un ensayo sobre las lecciones del duelo: la pena es un tipo de enseñanza cruel porque nos educa sobre lo poco amable que es la muerte.

 

Se dirá que las fases son varias (negación, ira, negociación, depresión, aceptación) pero todas están cruzadas por el dolor, la más lacerante y persistente. “El dolor no me sorprende, pero sí su componente físico”, escribe Adichie: “Un amargor insoportable en la lengua, como si hubiera comido algo que aborrezco y no me hubiera cepillado los dientes; un peso horrible, enorme, en el pecho; y dentro del cuerpo, una sensación de disolución eterna”. Siempre fui un negador de esa épica del dolor vacuo que exige el esfuerzo mal entendido (“no pain, no gain”, decía un profesor de gimnasia que llevaba el ejercicio hasta el tirón o el calambre: ¿sin dolor no se gana?). El dolor como fin en sí mismo es inútil o cruel: soy de los pocos convencidos de que conviene quedarse en la zona de confort, más que salir de ella, y el calvario se lo dejo a los beatos. Pero como tantos otros que perdieron a seres amados en este año infausto también aprendí que el dolor es el camino que nos conduce a la cauterización de la herida. No hay goce ni finalidad en él, para mí: solo tránsito. La muerte de un padre o una madre, sea quienes fueren que ocuparon esos lugares en nuestras vidas, nos desarraiga sin piedad. Nos deja sin infancia. 

 

Hasta la muerte cercana, las penas son de los otros (como las vaquitas, ajenas). Pero cuando llegan se vuelven una cosa sólida, opresiva y opaca. No podía ser de otro modo: Sobre el duelo también es un pequeño ensayo sobre el lenguaje y de cómo el dolor empieza a mitigarse cuando se lo pone en palabras. A la escritora le resultan lejanas, pero certeras, las propias palabras que escribió en una vieja novela y que le recuerda una amiga, segura de su poder sanador: “La pena era una celebración del amor, quienes sentían auténtica pena habían tenido la suerte de amar”.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.