La forma más fácil de imaginar cómo es vivir con ansiedad: piense que acaba de tomarse un tercer café cuando alguien le envía un mensaje de texto que dice “tenemos que hablar” y tarda horas en llamar o no llama nunca. Y así siempre. Un drama en latencia o la expectativa de lo peor, con oleadas continuas de terror, náuseas persistentes, zumbido en los oídos, hormigueos de sudor, boca pastosa, visión nublada, manos adormecidas y una pata de elefante sobre el pecho que dificulta respirar: los síntomas de la epidemia de esta época. En el libro Expuesta, la escritora inglesa Olivia Sudjic resume una vida en estado de alerta permanente, como si una sirena de bomberos aturdiera la cabeza pero del lado de adentro.
Un ensayo sobre la ansiedad: un estado de alerta permanente, como si una sirena de bomberos aturdiera la cabeza, pero del lado de adentro.
“Renuncié a intentar escribir”, finalmente escribe, sí, Sudjic cuando recuerda sus momentos peores: “Mis propias preocupaciones –voces interiores que se contradecían unas a otras– eran demasiado ruidosas para que las desatendiera”. La ansiedad se le presentó durante una residencia para escritores en Bruselas después de la publicación de su primera novela, Una vida que no es mía, bien recibida como la primera ficción seria sobre Instagram, en la que ella creó una historia de suspenso alrededor de la sensación de sentirse observada, seguida y grabada. No es casual que cada vez haya más novelas, canciones, películas y series de televisión que hablan de la epidemia ansiosa ni que las mayores celebridades hoy cuenten en público sus trastornos (“Ansiedad y depresión: el fin del tabú”, tituló en tapa hace un par de semanas una revista de actualidad junto a fotos de Karina la princesita, David Beckham, Tini Stoessel y el príncipe Harry, entre muchos otros). Si el pánico puede aparecer en cualquier momento, justo antes de un examen de inglés o días después, cuando el estudiante se da un baño de inmersión como recompensa por haber aprobado, la ansiedad es menos episódica y más persistente, un ruido blanco de preocupación que impide pensar. “Me siento encerrada dentro de mi cabeza, en ocasiones fuera de ella, como en la tiranía de un mal viaje”, describe Sudjic y ese “yo ansioso” es universal: las personas con ansiedad perciben amenazas ahí donde podría no haber ninguna (aunque los síntomas sean muy reales).
¡Ahora! ¡Alerta! ¡Último momento! Placa roja, fanfarria y expectativa: al final no pasa nada. Para Sudjic, la epidemia de ansiedad no es sólo una dolencia médica sino una enfermedad social: “Algunos apuntan a una crisis cultural occidental. A las redes de apoyo social que se desmoronan. A la inestabilidad económica. Al individualismo y al capitalismo de libre mercado. Al futuro incierto del cambio climático o al lujo del exceso de elección. No puedo separar esos titulares del año en que la ansiedad se convirtió en un problema para mí”. La mirada bifocal de las redes sociales mezcla en un mismo espacio las novedades de un atentado terrorista con el nacimiento del hijo de una amiga: como escribió el crítico inglés Laurence Scott, “esto conlleva un particular peaje emocional”. Recién publicada acá, Expuesta no es una obra de divulgación científica ni de autoayuda psi: es un relato lúcido, en primera persona y pocas palabras, de los dilemas de alguien nacido a fines de los años 80 que responde a un mandato generacional (¡compartir!) justo cuando el miedo parece ser la única experiencia compartida.
Además de los betabloqueantes, la meditación y la terapia cognitivo-conductual, Sudjic probó con el viejo truco de leer (Elena Ferrante, Rachel Cusk y Chris Kraus, entre sus escritoras favoritas) y descubrió que la ansiedad también se canaliza hacia fines creativos. Es difícil, por no decir imposible, salir de todas las redes sociales o gambetear las últimas noticias: el equivalente actual a fugarse a una isla desierta. Pero también es deseable que lo de uno sea parcialmente compartido o totalmente personal: para bajar la ansiedad, puede que el alivio psicológico más eficiente sea cerrar sesión.