Este domingo termina la serie que nos cambió la vida y se edita un libro que une televisión y filosofía. Y que estudia los fenómenos de la isla como una perfecta alegoría del mundo en que vivimos.
¿Existe un mundo externo o es una mera ilusión? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es una isla? ¿Dónde estamos? Las preguntas existencialistas se multiplican en el prime time y, en los escasos kilómetros de una islita en el Pacífico, conviven los dilemas del ser con los osos blancos, las dudas metafísicas con el humo negro. El domingo termina Lost (snif), la primera mitología del siglo XXI, y lo que empezó como la aventura de unos náufragos acaba como una fusión de película catástrofe y ciencia ficción, de Julio Verne y Stephen King, de La Biblia y La Odisea, de novela experimental y ensayo filosófico que resume el legado de los mayores pensadores: Locke, Hume, Rousseau. “La filosofía puede y debe ocuparse de las series, del mismo modo en que se ocupa del cine o del arte. En muchos casos haría mejor en dedicarse al análisis de Lost, 24 o Dr. House que perder el tiempo con la enésima y aburridísima provocación de artista”, azuza Simone Regazzoni, profesor de la Universidad Católica de Milán y autor del libro Lost, la filosofía: “No tengo nada contra los perros inflados de Jeff Koons o el tiburón en formol de Damien Hirst, pero sigo prefiriendo el tiburón de Spielberg”. Desde su cátedra, Simone alumbra lo que llama “filosofía pop”, una forma de pensamiento esotérico que reflexiona a través de los objetos del entertainment: “Pero no renuncia a la complejidad. Más bien, se esfuerza en ser compleja y popular, como las obras con las que se relaciona”.
Hace seis años, un primerísimo primer plano del ojo de Jack fue lo primero que vimos de los sobrevivientes del vuelo Oceanic 815: en la pupila se reflejaban los árboles de la Isla. “En Lost todo empieza, y no casualmente, bajo el signo de la mirada, de la perspectiva y del punto de vista”, confirma Simone. Ahora, los náufragos están y no están en la Isla pero siguen perdidos y se duplican en mundos paralelos: “No es seguro que exista una verdad de la Isla y que, una vez dicha, se llegue a ella”. Nunca se alcanza la Verdad: la Isla estuvo pensada como un personaje más y pudo ser entendida como otro nombre de Dios. Lo asumió Damon Lindelof, creador de la serie con JJ. Abrams: “Cada vez que Locke se encuentra con Dios dice en cambio ‘Isla'”.
Nosotros y los Otros: siempre se trata de un punto de vista. Un cirujano de columna podrá ser el nuevo Mesías y un pelado paralítico, el Anticristo. O al revés. Si es cierto que no hay mundo, tan sólo islas (lo dijo Jacques Derrida), para Simone la isla de Lost “no es un mundo fantástico e inverosímil, sino la perfecta alegoría del mundo en que vivimos”. El texto completo, acá.
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