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Monstruos y bestias rugen en el cine

El elenco es variopinto: unos cuantos enanos, una mujer barbuda, un hombre-torso, un joven tan flaco que se presenta como esqueleto humano, una persona mitad hombre y mitad mujer, un trío de niños microcefálicos y dos gemelas siamesas unidas por la cadera, entre otros. Son los protagonistas de la película de culto Freaks, que en 1932 conmovió al público en blanco y negro (se dice que el final era tan intolerable que hubo que cambiarlo por otro y que la cinta original fue destruida). El derrotero de estos seres es apenas uno de los muchos ejemplos que el antropólogo mexicano Roger Bartra usa en Los salvajes en el cine, un ensayo recién publicado acá, que pinta un fenómeno actual: en los principios de este siglo XXI, el viejo mito del salvaje está más vivo que nunca. 

El arte del FX, con sus deformidades muy realistas moldeadas en silicona, corporizó a las criaturas que solo habitaban en la imaginación.

 

Salvajes hubo desde que el mundo empezó a narrarse a sí mismo: los anónimos centauros, faunos, cíclopes y anacoretas velludos del desierto egipcio compartieron un territorio mítico, aunque no temporal ni espacial, con monstruos con nombre propio (Calibán, Segismundo, Kaspar Hauser o el Golem, entre muchos otros). Pero según Bartra, en esta época se magnificó su potencia: “Sus imágenes aparecieron de manera realista y con ello se abrió un enorme espacio para la expansión del mito”. Si es cierto que la gran novedad que trajo el cine fue que los salvajes se pusieron en movimiento, su influencia en los terrores nocturnos se convirtió en algo tan grande como la pantalla del IMAX. ¿Quién de nosotros no tuvo la pesadilla del asalto de un licántropo hambriento? ¿O quién no anheló la compañía de un amigo fiel como Chewbacca, la quintaesencia del salvaje domesticado? “La cinematografía abrió las puertas de nuevas dimensiones”, escribe Bartra: “Su enorme plasticidad, con su fotografía en movimiento y su poder técnico para alterar imágenes, ofreció nuevas oportunidades a la recreación del mito del salvaje”. El arte del FX, con sus deformidades muy realistas moldeadas en silicona, corporizó a las criaturas que solo habitaban en la imaginación: gracias al cine, ya sabemos cómo luce la criatura del doctor Frankenstein.

El salvaje mítico es un ser híbrido que combina características humanas con otras no humanas. Los salvajes representan la otredad extrema, a la que se le atribuyen cualidades bestiales: ahí donde debería haber piel lisita hay pelo y en lugar de los dientes, colmillos. Desde Ulises hasta Wolverine, el hombre se mira las manos con pánico de que le crezcan las garras. Es irónico: en una raza ultraviolenta, la humana, el terror más ancestral es convertirnos en animales.

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.