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Mujeres que son ese insulto

“Ser puta no es para todas”. Puede ser una opción tentadora, dice la trabajadora sexual Georgina Orellano, pero tiene lo suyo, y tampoco es para todas ser niñera, docente, empleada de casas particulares o cajera de supermercado. El de puta (pido disculpas si la expresión ofende, pronto se verá que es necesario escribir la palabra con las cuatro letras) es un trabajo que representa una forma de explotación, pero no es la única ni necesariamente la peor: más que el oprobio, a la puta se le debe desear aguinaldo, obra social y jubilación. Por eso resulta imprescindible la lectura de Puta feminista, el libro de Orellano recién publicado en el que la memoria personal se conjuga con el ensayo político y la denuncia social.

 

Un ensayo sobre la prostitución, planteando una posición lejos del punitivismo y la victimización.

 

¿Cómo deberíamos llamarlas entonces? ¿Putas, prostitutas o trabajadoras sexuales? “Para dar la gran batalla cultural habría que quitar la carga peyorativa que tiene la palabra puta”, me dice Orellano en una entrevista: “Mientras sigamos usándola como insulto aleccionador se va a seguir estigmatizando nuestro trabajo. Discutimos mucho adentro de los grupos de trabajadoras sexuales y ya no nos duele la palabra. Sí nos duele cuando se usa como insulto porque ningún otro trabajo se usa para insultar, a nadie le dicen ‘hijo de empresario’, por ejemplo”. En Puta feminista, la crónica sentimental (el recuerdo de la tarde que una prostituta veterana la adoptó como pupila o de la noche que se enamoró de un cliente) convive con el gran debate de la época: el punitivismo, aun de los gobiernos más progresistas, sobre el oficio sexual y la posición de un sector del feminismo que confunde prostitución con trata. Virtuosa narradora, Orellano llegó a ser secretaria general del sindicato de las trabajadoras sexuales y, en el fragor del discurso político, se rebela: no se victimiza ni ahorra al lector el dilema que supone ser puta y madre. “Nos castigan hasta la maternidad”, concluye: “Y el estigma llega a nuestros hijos cuando les dicen ‘hijos de puta’”.

 

En la esquina, la noción de un empoderamiento puteril le permitió ganar algunas batallas contra los policías coimeros o los clientes violentos. Pero la lucha sigue. Entre pocas alternativas, Orellano eligió la prostitución por la autonomía y la remuneración que el oficio podía darle: “Tenía claro que no estaba eligiendo libremente pero también que esa no es una situación que atraviesan solo las prostitutas sino que es el problema de ser pobre”. Laburantes de carne y hueso, las putas levantan la voz y reconocen, con el anhelo de que las puteadas sean más equitativas y el orgullo de lo que ya no duele: “Somos ese insulto”.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.