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No existen pero que las hay… las hay

Ni una mata de pelo desgreñado ni un grano purulento en la punta de la nariz ni una escoba como medio de transporte: las brujas hoy viajan en Uber. Curvilíneas y sugerentes, no esconden un cuerpo maltrecho debajo de una túnica embolsada sino que dejan ver sus piernas ahí hasta donde se abra el tajo: en busca de arquetipos reconocibles, son más parecidas a la Mujer Maravilla que a Cachavacha. En unos días, el estreno de la película Suspiria, la remake del clásico giallo (el subgénero italiano de terror sangriento), actualizará el imaginario brujeril según las inquietudes de hoy: en tiempos de empoderamiento de la mujer, las nuevas brujas encarnan una exacerbación de lo femenino. 

El “witch chic” da ética y estética a las brujas: trata de mostrar la individualidad de una serie de mujeres con un propósito común.

Desde Las brujas de Eastwick, la novela seminal que el maestro John Updike publicó en 1984, hasta Suspiria, la cultura popular contemporánea se preguntó cómo ser bruja en nuestros días. El realismo mágico ochentista las imaginó como divorciadas desesperadas en un pueblo perdido a la espera del macho redentor, pero el giallo reversionado las presenta como figurines de moda (los vestidos que diseñó Giulia Piersanti para la maléfica Tilda Swinton ocuparon incontables páginas de Vogue o Vanity Fair) con agenda de época. Los estudios culturales ya hablan del fenómeno witch chic, una glamourización de las brujas que esquiva el estilo gótico desastrado y resalta los atributos de lo femenino, sin marmitas hirvientes ni sombreros en punta. Aunque la moda, como sistema de representación, excede lo estético. Las nuevas hechiceras del cine o la televisión, y entre ellas se cuentan las adultas de la última temporada de American Horror Story o la adolescente de Las escalofriantes aventuras de Sabrina, son mujeres que tienen conciencia plena de sus poderes y que los usan en defensa de un objetivo individual, pero también colectivo. Según explicó la diseñadora Piersanti, el witch chic “trata de mostrar la individualidad de una serie de mujeres con un propósito común”.

La sororidad no es truco. En Suspiria, una escuela de danza con métodos estrictos tiene alumnas uniformadas con estampados de rosas que, vistas de cerca, en realidad son vaginas florecientes o con dibujos de pechos diminutos que componen un patrón vegetal. Pero la academia es la fachada para una congregación que protege a las mujeres que viven según las normas de una bruja mayor. Es un matriarcado repleto de signos femeninos. Hermanadas en el aquelarre de nuestros días, las brujas modernas esquivan la hoguera: están dispuestas a volver un quemo la vida de cualquier machirulo.

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.