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Qué fantástica fantástica esta siesta

Escribo esto recién levantado de la siesta: una hora gloriosa de cara al solcito tibio de la primavera. Para mí es de tarde y para usted, que está leyendo estas líneas en la revista del domingo, seguramente sea de mañana pero ambos compartimos un estado bautismal: recién nos levantamos. A confesión de partes, relevo de pruebas, dicen los leguleyos: duermo la siesta todos los días, yo confieso. Y lo hago sin culpas, a pesar de que me hayan acusado de vago, perezoso o cansafatiga. Por eso resulta reparador, como un buen sueño, el lúcido ensayo El don de la siesta, en el que el escritor español Miguel Ángel Hernández defiende el ritual de dormir a media tarde como una fuga de este sistema en el que perder el tiempo es perder dinero.

 

Un ensayo sobre el sueño improductivo: una reflexión sobre el cuerpo, la casa y el tiempo.

 

“Dormir fuera de la hora regulada para ello sigue siendo un ‘desorden’ y un signo de haraganería”, escribe Hernández, que se rebela ante un mandato capital del mercado: la siesta se asocia con la pereza y la ociosidad y contradice la pulsión productiva de esta época. Sin embargo, la siesta es un refugio contra la actualidad y la publicidad invasivas, una disidencia ante las exigencias de la agenda tapada y la recuperación de un cuerpo y un espacio propios (“me gusta pensar que la siesta es uno de esos caminos de regreso al cuerpo”). Pero a pesar de su propósito inútil, la siesta ahora también es sometida a las presiones del negocio: la power nap, o siesta energética, es el último imperativo de la industria del bienestar para que durmamos un rato, descarguemos apps de relajación o compremos colchones y almohadas con el objetivo supremo de generar energía… para seguir produciendo. Hernández, quien se asume como un experto con cuarenta años de trayectoria en siestas de pijama y persianas bajas, reniega del descanso que deja de ser tiempo perdido y se convierte (¡otro más!) en tiempo empleado, previsto y productivizado. 

 

En El don de la siesta defiende el dormir como un acto de resistencia: pura voluntad contra la idea de que todo el tiempo vital debe ser invertido en generar beneficios y que el cuerpo es una máquina que, como un celular o una computadora, puede ser enchufado un rato para recargar las pilas. Siesta porque sí, porque es lindo dormir de tarde, mientras el mundo se consume en su vértigo (y uno tiene la suerte, como yo, de compartir el rato y la cama con una galga dormilona), porque es tiempo propio reconquistado a la locura. Duermo la siesta todos los días, confieso sin culpas, porque si un mandato divino bendice el madrugón, el que duerme la siesta es doblemente virtuoso: amanece dos veces.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.