Una ideota para los agotados guionistas de la próxima película de James Bond: un inescrupuloso archivillano se roba toda la cafeína del planeta Tierra para crear un superestimulante que convierta a sus hombres en auténticas máquinas incansables. Mucha fantasía, ¿no? (OK, tal vez debería tomar menos café mientras escribo). Pero no tan descabellada: si alrededor del 10 por ciento de todo el café que se consume en el mundo acaba descafeinado, la pregunta conspiranoica de estos tiempos desconfiados podría ser: ¿quién se está quedando con toda esa cafeína?
Blanca, inodora y muy amarga en estado puro, es la sustancia farmacológica más consumida o la droga más popular de la historia, un estimulante natural que se encuentra en el ADN de la planta de café: la práctica de extraer este alcaloide de la bebida empezó en Alemania a principios del siglo XX y llegó a su punto máximo en la década del ’80, cuando por cuestiones de salud (o sugestión: “El nene no me duerme”) la cuarta parte del café que llegaba a los hogares de Europa o los Estados Unidos carecía de su componente principal. Era el boom del descafeinado, mientras la gente le achacaba a la cafeína sus eternas noches de insomnio. “Sus fuentes más comunes, el café, el té o el chocolate, han sido recomendadas como procuradoras de salud y creatividad”, escriben Bennett Alan Weinberg y Bonnie K. Bealer en el libro El mundo de la cafeína, recién editado en español por el Fondo de Cultura Económica: “Pero también fueron prohibidas como corruptoras del cuerpo y la mente o perturbadoras del orden social”.
Hagamos números: si por año se producen 7.800.000 toneladas de café en el mundo y el 10% se consume descafeinado (unas 780.000 toneladas), sobraría un décimo de esa cantidad en cafeína pura. ¡Purísima! Esas 7.800 toneladas terminan en otra parte, como en los analgésicos que prometen alivio instantáneo para el dolor de cabeza o en las bebidas energizantes que combaten el cansancio con la fabulosa promesa comercial de “darte alas”: durante el 2011, la marca líder vendió 4.631 millones de latas en todo el mundo. ¿Y si una mano negra se robara aquella cafeína que sobre? Esa ya sería una misión para el agente secreto al servicio de Su Majestad que, entre cóctel y cóctel, toma un espresso, siempre tradicional en la exigencia: agitado, pero no revuelto.
Publicado en Clarín
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