A un célebre autor argentino muy fantasioso le preguntaron si alguna vez escribiría sobre sí mismo y no sobre, pongámosle, ninjas asesinos o liebres mutantes y dijo que no, ni loco: su vida no tiene trama. Más allá de la ironía, es una declaración de principios en una época en que la autoficción (o “literatura del yo”, entre los solipsistas) se impone sobre otros géneros porque cualquier regreso al pueblo de la infancia o develación de un trauma suponen un viaje de exploración personal que, para aquellos con voluntad de escribir, se convertirá en novela. Por eso resulta tan actual la lectura de La situación y la historia, el ensayo de la escritora neoyorquina Vivian Gornick recién publicado acá: si fuera cierto que en un futuro cercano todos tendremos una obra que narre nuestras vidas (¿acaso las cronologías de las redes sociales no hacen eso mismo?), ella se pregunta cómo extraer de la experiencia vital propia una historia que merezca ser contada.
Tras el boom de la autoficción, un libro analiza cómo cultivar el arte de la narrativa personal.
“Hace treinta años quienes tenían una historia que contar se consagraban a la tarea de escribir una novela”, dice Gornik: “Hoy se consagran a escribir unas memorias”. Uno como monotema: aunque parezca fácil, meterse con lo conocido no es un hecho consumado (“más bien al contrario, es una labor ardua, muy ardua”) porque lo más misterioso generalmente se encuentra en lo más familiar y, a pesar de eso, muchos escritores se ubican en el centro de la escena. Para Gornik, quien escribió Apegos feroces sobre el vínculo entre ella, su madre y una amiga, tres mujeres que se amaron y se odiaron, la autoficción necesita lo mismo que cualquier otra pieza literaria: la situación y la historia, o el contexto y la experiencia emocional que desea transmitir el que escribe. “El discernimiento, la sabiduría, la cosa que uno ha venido a decir”, explica Gornik, que lleva años (tiene 89) enseñando escritura en universidades y que cree que la narrativa personal es un arte a cultivar.
Si es fundamental la diferencia entre que uno hable y que uno hable de uno (¡ay, esa gente que siempre se cita como referencia!), la autoficción convierte al narrador en personaje. “Esta época se caracteriza por una necesidad de dejar testimonio”, escribe Gornik: “En todas partes del mundo, mujeres y hombres están alzándose para contar sus historias a partir de la creencia ahora muy extendida de que toda vida importa”. En una obra de autoficción, la verdad no se alcanza mediante la suma de acontecimientos reales sino cuando el lector cree que el escritor se conecta con su vivencia. Y ahí están los ejemplos de grandes maestros (Joan Didion, James Baldwin, Marguerite Duras o George Orwell, entre otros) que Gornik lee y analiza para demostrar por qué sus memorias funcionan: más allá de la anécdota, trasmiten una verdad que los trasciende.
La vida rutinaria en los cafés de Flores puede ser intrascendente en comparación con la imaginación de un autor dotado. “¿Cómo hace el escritor de narrativa personal para sacar de su propio yo aburrido y agitado al portador de verdad que contará la historia que ha de ser contada?”, se pregunta Gornik en La situación y la historia y la respuesta es difícil porque es difícil conocerse, o como dijo Rousseau: “No tengo nada sobre lo que escribir salvo sobre mí mismo, y este ser que tengo apenas sé en qué consiste”.
Publicado en La Nación