Crónicas de viaje: Cartagena, Colombia 2015, día 2
Enfrente de la mítica Plaza del Reloj, el salón está lógicamente presidido por… relojes. Cartagena, Sydney, Londres, Moscú, Nueva York… En una ciudad donde se le dice “café normal” al café que no es espresso, acá sirven espresso en medida sintética y justa, caliente y frío. El Café del Reloj es un espacio moderno (casi “palermitano” podría decir aquel que añora un Palermo en cualquier lado), que ocupa el lobby del hotel Urban Royal y da hacia la plaza, donde un reloj monumental se levanta como pórtico de acceso a la ciudad amurallada. Esa torre es la puerta principal desde 1631, cuando se terminó la pared. Muchos años más tarde empezó a ser demolida pero la infeliz burocracia latinoamericana provocó un final feliz: se quedaron sin presupuesto y quedó en pie. A principios del 1700 le agregaron una puerta barroca, cuatro columnas toscanas y dos bóvedas laterales a prueba de bombas para almacenar víveres y municiones. Puro pastiche tropical. En 1874 llegó el reloj, importado de los Estados Unidos. Y 63 años después se reemplazó por otro suizo, para ser más puntuales. De un lado de esa plaza, el bolichito Donde Fidel ofrece cerveza helada y música cubana. Del otro, el Café del Reloj sirve un gran espresso y, para aquel de ambiciones más módicas, apenas un “café normal”.
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