Repletos de tatuajes, y siempre pertrechados detrás de sus potentes máquinas, los baristas se convirtieron en nuevas figuras sociales de referencia. Hay un común denominador estilístico entre los expertos en preparar café: boinas y tiradores para ellos, musculosas para ellas. Y tatuajes, claro. Muchos. Tantos, que la enteradísima revista GQ, en su número dedicado a la moda que viene, consagró el fenómeno: bautizó como “the barista patchwork” al típico rejunte de tinta de los fanáticos del espresso. Al contrario de la manga completa (la de Beckham o Tinelli), para los gurúes de la moda, los cafeteros imponen un nuevo estilo, con un dibujito por aquí, una frase por allá, siempre inconexos y repartidos por los brazos.
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Un tatuaje “estilo barista”
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