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Una historia cultural de las grandes bestias

El 13 de octubre del año 1131, la mala pata torció el rumbo de la monarquía francesa. Aquel día, el joven rey Felipe, hijo de Luis VI, sufrió una caída mientras cabalgaba por un barrio de París y murió unas horas más tarde. Tenía solo quince años. Pero el caballo no fue el único responsable del accidente: un cerdo doméstico se tiró a sus patas, lo hizo tropezar y arrojó a Felipe sobre una piedra. “¡El rey muerto por un chancho!”, se escandalizaron los historiadores reales porque el vulgar porcus era el animal más vil e impuro, indigno de un rey. La del cerdo regicida es apenas una de las cuarenta pequeñas mitologías que el francés Michel Pastoureau reúne en su ensayo Animales célebres, recién publicado acá: desde la serpiente del Génesis hasta la oveja Dolly, una historia cultural del animal ya no como ser vivo sino como símbolo eterno.

 

Un bestiario que analiza la historia social, económica, material, cultural, religiosa y, sobre todo, simbólica de los animales, sean reales o imaginarios.

 

“Durante mucho tiempo los historiadores no se preocuparon en absoluto por los animales”, escribe Pastoureau: “Eran actores que no tenían ninguna relevancia en la escena histórica”. ¡Qué bestias! Experto en la Edad Media y dueño de una erudición extraordinaria, Pastoureau conjuga en sus libros una mezcla de sabiduría y humor (hace unos años se reseñó en esta misma página Los colores de nuestros recuerdos, su brillante ensayo sobre la influencia cromática en la psicología humana o por qué el rojo denota pasión y el verde, esperanza). En este bestiario analiza la historia social, económica, material, cultural, religiosa y, sobre todo, simbólica de los animales, sean reales o imaginarios: el oso enamorado que hizo suya durante tres años a una joven saboyana durante el reinado de Enrique IV de Francia o el fox terrier Milú que sigue a Tintín y que, aun dotado con el don de la palabra, no consigue hacerse entender por su compañero. Así, Pastoureau va dieciocho mil años atrás, hasta los caballos dibujados en la cueva de Lascaux, para ilustrar un fenómeno de época: la humanización de los animales. ¿O no es una hermosa parábola temporal que la cueva haya sido descubierta en la década del 40 por cuatro adolescentes que buscaban a su perro llamado Robot?

En los últimos años, una manada de zoólogos, antropólogos, etnólogos y lingüistas ayudaron a los historiadores a convertir a los animales en objeto histórico por derecho propio. Se hizo justicia. Si los estudios culturales hablan del ratón Mickey y el pato Donald, y los diccionarios de mitología se dedican a la loba romana o al monstruo de lago Ness, que los libros de historia sigan ignorando al cerdo regicida o el oso enamorado es una auténtica animalada.

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.