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Una historia de nunca acabar

¿Por negocios o por placer? La pregunta del oficial de Migraciones en el aeropuerto de Los Angeles plantea un dilema que excede las paginitas del pasaporte o la cháchara de rutina y la recién llegada, una sueca de 19 años dispuesta a triunfar en el mundo del porno, responde con el título de la película: Pleasure. Así empieza la opera prima de Ninja Thyberg, recién estrenada en Mubi, una fábula revulsiva sobre la burocracia del porno, o bien: todo lo que hay que hacer en un trabajo que no es común aunque comparta algunas cualidades con cualquier otro (jefes, horarios, sometimientos y humillaciones) y que está mucho más cerca de la obligación que del placer.

 

El porno, como un trabajo más: la película “Pleasure” muestra la industria en crudo, más cerca de la obligación que del placer.

 

La fantasía de convertirse en pornostar alienta al voluntarioso que intuye la fama y el filón como recompensas para un trabajo fácil: nada más lejos de la realidad. Autobautizada Bella Cherry, la protagonista de Pleasure ofrece una imagen descarnada de las inferiores de la industria condicionada: las demandas físicas, los rigores de los afeites y la sumisión en un negocio en el que trabajan las mujeres pero mandan los hombres. Si un músico célebre dijo que los interiores de los autos de los representantes están tapizados con la piel de sus artistas, acá la alegoría se vuelve casi real: en algunas escenas, las actrices se dejan el cuero. “Lo que Pleasure exhibe es una pulcritud de formas y una inteligencia distante (llamativa en pleno azote de histerismo ideológico) para contar una historia de molde fáustico”, escribió el crítico español Antonio Trashorras: se celebra que esta película no sea un licuado de Showgirls con Boogie Nights ni que se rinda a la corrección de época. Con el uso de una cámara subjetiva, la directora enfoca las exigencias del trabajo de una actriz XXX a través de los ojos de Bella Cherry (créame, lo que ve es horrible) pero jamás cae en la moralina de señalar al porno como responsable de males mayores. Es apenas otra fábula de iniciación sobre el Gran Sueño Americano o la promesa laica más sagrada de los Estados Unidos: “Si podés hacerlo aquí podés hacerlo en cualquier lado”.

 

El porno incluye obligaciones y derechos: nunca se lo vio tan rutinario como la oficina de una compañía de seguros, pongámosle, donde en lugar de pólizas se tributan orgasmos y las mujeres ganan menos que los hombres. “Las actrices deberían tener más poder en relación a lo que aportan a este trabajo”, instruye una veterana a la novata pero nada cambia: en el porno, como en cualquier otro trabajo, la inequidad es una historia de nunca acabar. 

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.