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Una naranja con muchas mitades

“Yo nunca he sido buena con la monogamia”, dice ella y si esto fuera un juicio, que no lo es, un abogado diría que a confesión de partes, relevo de pruebas. Ella es Aura García-Junco, una escritora mexicana nacida en 1988 (para el legajo, elegida por la prestigiosísima revista Granta como una de las mejores narradoras sub 35 en español) que acaba de publicar El día que aprendí que no sé amar. A pesar del título, cadencioso como el de un culebrón, no es una novela romántica sino lo contrario. Es un ensayo que mezcla literatura, sociología, feminismo y observación callejera para desmontar uno de los grandes mitos de la época: la exclusividad en el amor.

 

La monogamia, en vías de revisión: un ensayo que mezcla literatura, sociología, feminismo y observación callejera.

 

“Estamos en el camino de pensar más abiertamente en el poliamor o no monogamia”, me dice Aura durante una entrevista: “En los 60 hubo experimentos en grupos muy restringidos y muchas personas lo intentan ahora, pero viejos patrones y vicios atraviesan la monogamia… y la no monogamia también”. Si todo nuestro sistema de creencias y conductas está en vías de revisión, el amor romántico espera su hora: aunque la monogamia se narra culturalmente como si hubiera existido siempre, casarse por amor, y reservarse en exclusiva para el otro u otra, es una costumbre que tiene apenas doscientos años (hasta la Revolución Industrial y el ascenso del capitalismo, el amor no era parte del matrimonio, más bien: algo prescindible). “La familia nuclear no tiene tanto tiempo de existir, acaso dos siglos nomás: casarse por amor es un experimento muy reciente, y aunque es mejor que un matrimonio arreglado, las expectativas sociales cambian y si cambiaron antes pueden cambiar ahora”, dice Aura. Formada en Letras Clásicas, en su ensayo reinterpreta Arte de amar, el poema capital del romano Ovidio, a la luz del siglo XXI: ahí donde el poeta daba consejos en latín para el levante, ella tacha palabras y subvierte el sentido para discutir el mito del macho conquistador y la hembra presa, un clásico binarismo histórico-histérico.

 

Las telenovelas y las canciones románticas instalaron la idea de que el amor es más fuente de padecimiento que de goce: “La idea del amor para siempre, del sexo con una sola persona, del otro como pináculo…”, enumera Aura: “Ahí se vuelve una fuente de sufrimiento porque se basa más en expectativas que en realidades”. En El día que aprendí que no sé amar, la monogamia se somete a juicio como fuente de malestar. ¿Una prueba? La película mexicana más exitosa de su tiempo, titulada Amarte duele: si es bueno, y nada derivado del amor verdadero puede ser malo, no debe doler.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.