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Usa el amor como un puente

Se dice que su encanto conmovió al mismísimo Hitler. El 4 de agosto de 1944, el día de la retirada de los nazis de Florencia, todos los puentes fueron derribados como último souvenir de la destrucción total. Menos el Ponte Vecchio. El gran dictador, sensible desde niño a las expresiones más comunes de la belleza, estaba enamorado de su sencillez comercial: repleto de tiendas y negocitos de una punta a la otra, acá antes se podían comprar carnes frescas, cueros curtidos o embutidos rancios pero ya en el Renacimiento se prohibió la faena y se impuso un orden estricto de joyeros, artesanos y orfebres (por el temita de los olores, tan cerca está el puente de los palacios Vecchio y Pitti). En apenas 67 metros de largo se desparraman las nociones de lujo y abolengo que todavía quedan en Europa: collares de diamantes y cafecitos por cuatro euros.

Algunas pinceladas sobre el Vecchio, el más comercial y romántico de los puentes, en Florencia.

El turista devaluado empaña la fachada de las joyerías aunque nunca se le haya dado por el bling bling: la ñata contra el vidrio delata la actividad febril de una cabecita que multiplica esos cientos (a veces, miles) por cuarenta o cincuenta. ¡Mamma mia! El padre de los orfebres italianos, un tal Benvenuto Cellini que fue discípulo de Miguel Ángel y joyero exquisito, vigila con su barba de bronce que ningún mechero se meta en el bolsillo la cadenita que no le pertenece. Sobre el Ponte Vecchio, la seguridad es mínima: con la típica displicencia europea se confía que nadie se animaría a llevarse lo ajeno. En esta tarde de calor, bajo el sol pleno que se refleja sobre las aguas del río Arno, parejitas de todas las etnias hacen sus cálculos: si el Romanticismo logró convencernos de que el ideal amoroso representa su valor en kilates, una pulsera de oro augura más momentos de dicha conyugal que una de plata. Las tarjetas de crédito internacionales se hacen de goma cada vez que ellos y ellas sellan una alianza sentimental en un anillo que se presume eterno. Pero los enamorados más irresponsables con sus gastos deberían saber que en este mismo lugar hace cientos de años nació el concepto de bancarrota: cuando un comerciante caía en la desgracia financiera, su mesa o banco de madera era destrozado por los soldados romanos como castigo o prevención. Con un banco rotto no podía exponer su mercadería ni vender una mísera medalla.

A un costado del puente, los candados amontonados representan la ambición de eternidad que tienen todas esas parejitas llegadas desde distintas partes del mundo. ¿O involuntariamente asemejan el matrimonio con una cárcel de cerrazones infranqueables? Es difícil imaginar a Hitler arrobado ante el atardecer como se ve sobre el Arno mientras montones de chinos cargan sus bolsas con chucherías que brillan en la oscuridad. Arriba el sol, abajo el reflejo. El Ponte Vecchio fue escenario para la destrucción y la bancarrota, pero el auténtico romántico sabe que no hace falta endeudarse para demostrar lo que siente: usa el amor como un puente.

Publicado en Brando

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.