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Un hippie con prepaga se compra una escopeta

La película más discutida del año es una película que nadie vio. Se llama La cacería y propone una trama revulsiva: en una mansión campestre, un grupo de progres (en criollo: hippies con prepaga) captura a doce personas del vulgo y las caza con los métodos más brutales que se hayan concebido. Provocadora, ¿no? Esos cazadores radical chic, como los definió Tom Wolfe en la década del 70, están consternados por el cambio climático y adoran el lenguaje inclusivo pero le vuelan la cabeza, literalmente, a un palurdo que pudo haber votado a Donald Trump. En los Estados Unidos, su estreno se postergó después de dos matanzas masivas y el mismísimo presidente tuiteó que la película “quiere inflamar y provocar el caos”, lo cual no desalentó sino… aceleró su estreno (allá, el mes pasado; acá estaba anunciada para estas semanas). Era una película que nadie había visto. Ahora es un escándalo que ironiza sobre el progresismo y sus dilemas, entre pistolas, escopetas y granadas, porque tal vez la guerra más brutal de todas sea esta: la guerra de clases.

 

En EE.UU., el estreno de “La cacería” se postergó después de dos matanzas sucesivas y Trump tuiteó diciendo que “quiere provocar el caos”.

 

“Las elites piensan que son mejores que nosotros”, dice un hombretón mientras escapa antes de que le peguen un tiro. ¡Bang! Los cazadores beben champagne importado, se mantienen en forma gracias a exigentes rutinas de ejercicios y odian al presidente estadounidense (aunque no lo nombren); los cazados toman cerveza barata, tienen sobrepeso porque miran mucha televisión y usan gorras de béisbol (aunque ninguna diga “Make America Great Again”). Es evidente que La cacería se propone satirizar la ideología de clases como la película ¡Huye! hizo con el racismo: las dos fueron realizadas por la misma productora y tienen planteos similares. Pero aunque el resultado es fallido, porque nunca es tan irónica ni inquietante, sí es efectiva al delatar una tara de esta época: la hiperpolitización de todo, lo que en un país como el nuestro, obsesionado por la infame “grieta”, se sufre todos los días. “Personas deplorables, malditos paletos, homofóbicos que se aferran a las armas, racistas con problemas académicos, intolerantes desdentados”, describe la jefa de los progresistas a los conservadores, y finalmente concluye: “Gente de mierda”.

 

El derecho de unos a disparar, y el de otros a defenderse, es lo que se juega en este coto de caza. O el derecho de unos a pensar de una manera y el de otros, de otra. Moraleja: las diferencias no se arreglan a los tiros (aunque las redes sociales alienten los duelos fogosos) y aunque parezca imposible para los que piensan en blanco y negro, o ingenuo para los cínicos, tal vez podamos vernos en el gris. 

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.