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Desde la piedra hasta el plástico y la luz

¿Qué tienen en común la piedra, la arcilla, los juncos, la seda, la piel, los árboles, el plástico y la luz? Que todos estos elementos sirvieron para fabricar libros. Desde hace casi treinta siglos objeto de obsesión, el libro es el monotema de El infinito en un junco, un maravilloso ensayo de la filóloga española Irene Vallejo que acaba de publicarse acá. Presentado como “la invención de los libros en el mundo antiguo”, es eso, sí, pero mucho más. No solo un libro sobre la historia de los libros y una cronología que empieza con la Biblioteca de Alejandría y llega hasta el Kindle sino un manifiesto vital que puede ser revulsivo para la época en que el mal agüero nos advierte sobre la muerte del libro: es la declaración de amor al papel y la tinta de una lectora apasionada.

 

Un libro sobre la invención del libro: Irene Vallejo logró el milagro de narrar esa historia como si fuera una novela de aventuras.

 

Para muchos de nosotros, el libro es la extensión natural del brazo (aunque Borges decía que eso es la espada y que el libro es otra cosa, la extensión de la memoria y la imaginación). “El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo”, escribe Vallejo: “Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí”. La tecnología es deslumbrante pero el papel tiene la fuerza para destronar los reinados hegemónicos de soportes que hoy resultan obsoletos (¿quién guarda en su casa un reproductor de magazines o de videocasetes?). El libro sigue vivo y ejerce tanta fascinación que inspiró a Vallejo a sumergirse en un viaje histórico para resolver muchos interrogantes: ¿cuándo aparecieron los libros, por qué algunos gobernantes dedicaron su vida a atesorarlos y otros a destruirlos, cómo es que algunos se convirtieron en clásicos? Este es un manual de historia y una bitácora de viajes porque el libro es un artefacto fascinante que inventamos para que las palabras pudieran trasladarse en el espacio y el tiempo y, aunque exprese movimiento, también es el epítome de lo sedentario: los que amamos los libros amamos más nuestra biblioteca que nuestra casa que es, apenas, un refugio para guardar más libros. O, mejor: nuestra biblioteca es nuestra casa.

 

En El infinito en un junco, los libros se valoran como las piezas dispersas de un tesoro que conforma la fortuna del mundo. Pero es un tesoro siempre abierto para el que quiera adentrarse en su interior. Es que el libro es el objeto perfecto o, como decía Umberto Eco, algo que pertenece al orden de la cuchara, el martillo, la rueda o la tijera, aquello que una vez inventado ya no se puede hacer mejor.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.