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El consumo cultural en la era de la medición

Minuto a minuto, medimos: cuántos pasos damos, cuántas calorías gastamos, cuántos datos consumimos, cuántos likes recibimos, cuántos ejercicios hicimos. Y ahora también, cuántos libros leemos o películas miramos. Con la voluntad de un editor de la sección Espectáculos, asignamos estrellitas o monigotes a cada obra (uno, mala; cinco, excelente) y con apps sociales como GoodReads o Letterbox nos rendimos ante el mandato de la época: la medición. Ya no es tan importante que disfrutemos del acto estético o que busquemos en el arte una revelación o una reflexión: adquirimos mentalidad de métricas, nos convertimos en un Ibope de la vida.

 

¿Cuántas estrellitas le daría a esta nota? Nos rendimos ante el mandato de la época: la medición.

 

“La cultura clásica tenía la ambición de formar, educar, elevar a la persona; hoy pedimos a la cultura todo lo contrario: que nos vacíe la cabeza”, escribieron Gilles Lipovetsky y Jean Serroy en su ensayo La estetización del mundo. La cultura de la cantidad se impone sobre la calidad: si la fórmula de Hollywood para perpetuar una “franquicia” se reduce al lema bigger, faster, stronger (“más grande, más rápido, más fuerte”), el consumidor cultural encuentra alivio en la cuantificación de las experiencias. En su libro The Quantified Self, la académica australiana Deborah Lupton advierte sobre la emergencia de una tara actual: la autosuperación mediante cifras. La medición continua de cantidades moldea la percepción propia y tiene dimensiones sociales y hasta políticas: cualquier psicólogo conductista explicará que la dopamina activa el sentido de recompensa en el cerebro y nos premia cuando cumplimos una misión personal, caminar más pasos hoy que ayer o llegar a la decena de películas vistas. Pero aun en esta era de “inflación estética”, porque los mundos del arte y la cultura también cayeron en las redes de lo híper como dice Lipovetsky, la experiencia intelectual no es cuantificable: podemos completar una serie de abdominales o alcanzar los benditos 10 kilómetros de una carrera pero no hay modo ni aplicación que nos permitan llegar a ver todas las películas.

 

El ultracapitalismo nos vuelve hiperbólicos y entre las exigencias agotadoras de la vida moderna se nos impone que leamos o miremos lo más que se pueda y que valoremos de malo a excelente, aun en la zoncera de toda calificación: ¿son comparables o equivalentes las cinco estrellitas de Vértigo con las de Buscando a Nemo? Y aunque resulte satisfactorio marcar con un tilde verde aquella película pendiente, no existen diplomas ni palmarés: cada vez que lleguemos a los créditos finales de una, habrá cien (¡mil!) a las que no les dimos play.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.