La primera noticia que tuvieron en China sobre un nuevo coronavirus fue una no noticia: “Ocho personas son castigadas por esparcir rumores sobre una neumonía desconocida”. Era el primero de enero del año pasado. Veinte días más tarde, la ciudad de Wuhan entraba en cuarentena total: estuvo 76 días cerrada como una prisión de máxima seguridad. Con esta elipsis empieza In the Same Breath, el impactante documental que estrenó HBO y que muestra el apagón informativo en los primeros días de la pandemia. La directora Nanfu Wang, que antes había realizado One Child Nation sobre los durísimos postulados de la política china de control de la natalidad, registra el fin de la normalidad que habíamos conocido y qué pasa al develarse lo que se esconde bajo una sábana de hospital: cuando la mentira es la verdad.
La pandemia y el apagón informativo: el documental “In the Same Breath” muestra los primeros días del virus.
El coro sincronizado de nueve noticieros distintos pero los nueve diciendo exactamente lo mismo, dictado en palabras calcadas, demuestra hasta dónde llega la libre expresión: en China se declararon 3335 muertes por covid-19 el año pasado aunque se calcula que hay que multiplicar esa cifra por diez y entre los denunciantes hay varios periodistas desaparecidos. Wang vive en los Estados Unidos y estaba visitando a su familia china en el momento del brote: en un trabajo de arqueología periodística encontró videos registrados por la gente en los últimos momentos de la vieja normalidad y los primeros de la nueva. Entre unos y otros se encendió la maquinaria de la propaganda. Si era previsible que China impusiera un control férreo sobre la información, lo notable es que lo mismo sucedió en los Estados Unidos cuando el virus cruzó el océano, con el gabinete completo de Trump minimizando lo que se consideraba, apenas, una gripecita. En China, ya impedidos de ocultar el dragón en el bazar, los mismos noticieros que negaban la existencia del virus empezaron a decir que no se contagia entre humanos o que en ningún caso es grave y se vieron obligados a iniciar cada emisión con un voluntarioso “¡buenas noticias!” que a nosotros, inevitablemente, nos recuerda el fatídico “¡estamos ganando!”.
Perdimos. La pandemia dejó casi cinco millones de muertos, remató la confianza colectiva en las instituciones y liberó una parva de paranoicos que intuyen conspiraciones hasta en las reuniones de consorcio. Más atenta al viejo control dictatorial que a las fake news de esta época, Wang desmenuza los trucos de la propaganda clásica que se anuncian en el espíritu triunfante de un noticiero que ignora el espanto: “Cuando el gobierno nos dice adónde mirar lo que nos dice es adónde no mirar”.