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De chiquilín te miraba de afuera

Un japonesito llamado Hiroki recorre dos kilómetros hasta el supermercado: un kilómetro de ida, otro de vuelta y en el camino debe recordar lo que tiene que comprar, unos snacks de pescado, salsa de curry y un ramo de crisantemos. Llega, consigue lo que busca, le dicen que son 587 yenes, paga con mil, espera el vuelto y regresa a casa. Nada demasiado extraordinario si no fuera porque Hiroki tiene dos años y es el protagonista del episodio inaugural de Mi primer mandado, un docurreality recién estrenado en Netflix que muestra con cámara oculta cómo niños muy chiquitos son enviados a hacer las compras y que revela un fenómeno de época: una cultura de la crianza en la que los menores son precozmente bautizados en la adultez.

 

El insólito reality que espía a niños que mandan solos a hacer las compras: una filosofía de crianza de adultez acelerada.

 

En el camino, Hiroki se distrae con la rama de un árbol, a la que empuña como espada, y con las luces de un patrullero, al que confunde con una ambulancia. “¡Esperemos que los circuitos de su cerebro vuelvan a hacer contacto!”, implora un locutor en off con el tono exaltado del que relata un partido del ascenso, mientras una cámara sigue al pibito por la parte más difícil de su odisea: tiene que cruzar una avenida. Suena a nuevo, pero Mi primer mandado lleva tres décadas en la televisión de Japón, uno de los países más seguros del mundo. Aun así, ¿usted enviaría a su hijo de dos años a hacer las compras solo? “Los principales argumentos de los críticos son que los mandados de los niños pequeños equivalen esencialmente a una coacción o que el programa podría incitar a los padres a poner a sus hijos en peligro”, escribió Hisako Ueno en The New York Times estos días, justo cuando el programa empezó a emitirse en los Estados Unidos, probablemente el país más paranoico con la seguridad de los niños. La japonería es diferente: epítome de una sociedad del desapego y la productividad, la independencia del niño es un ritual de iniciación que conduce a la autosuficiencia y la emancipación.

 

“¡Jua, jua, jua!”, carcajean las risas grabadas. En el limbo propio del infante, los mandados salen mal: un olvido en la comanda o un error en el vuelto no provocan el coscorrón sino la burla del relator futbolero. El pobre Hiroki se olvida de la salsa de curry y entonces, cuando finalmente recuerda, se enfrenta a una góndola con variedades infinitas que no sabe leer. La cara delata el desconcierto. Uno piensa que el nene debería estar jugando, que por qué no lo dejan en paz. Y el relator, en la cima de su sarcasmo, emparda el bocho con el chiche: “¡El interior de esa cabeza es como un sonajero!”.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.