El café como consuelo en la tragedia. Esta semana se conoció el caso de Borys Tkachenko, un joven que en diciembre invirtió todos sus ahorros para abrir un bar en Bucha, Ucrania. Luego llegó la guerra y Tkachenko tuvo que huir. Pero hace poco volvió a su negocio y vio que, a pesar de los daños por los ataques rusos, la máquina de café seguía funcionando. Así, la coctelería dejó paso a la cafetería y ahora ofrece espressos, lattes y cappuccinos de cortesía a los soldados y a los trabajadores médicos del lugar.
Conocido gracias a un reportaje del diario The New York Times, el caso de la cafetería Mr. B se usó como ejemplo del lento regreso a la vida de la ciudad de Bucha y de cómo el café es un “gestor de comunidad”. Es oportuno recordar que el café instantáneo se hizo popular en la Primera Guerra Mundial, cuando el ejército estadounidense dotó a cada soldado con siete gramos diarios porque se dijo que subía el ánimo de las tropas debido a que el café genera “sensación de hogar”.