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El dilema acerca del género true crime

Dos o tres chinchulines y medio kilo de carne picada: el espectador advertido sabe que esas vísceras que parecen tan humanas son productos de la industria del FX. Aun así, es casi intolerable: en el primer episodio de Dahmer, la serie de Netflix que recrea los crímenes del “monstruo de Milwaukee”, se advierte que en el cajón inferior de la heladera, allí donde se guardan las verduras, él refresca una cabeza de hombre (mejor ni pregunte qué guarda en el contenedor que esconde en el dormitorio). Si el true crime, ese género bastardo que revive para la televisión todo lo abyecto del crimen verdadero, hoy es lo más popular en las plataformas, la pregunta se vuelve revulsiva: ¿necesitamos más asesinos seriales? 

 

El true crime, ese género bastardo que revive para la TV todo lo abyecto del crimen verdadero, hoy es lo más popular en las plataformas.

 

“La fascinación de la gente por lo morboso y cruel es parte de la vida y completamente normal”, escribió la crítica cultural Jade Gomez en la revista Paper: “¿Significa eso que se debería permitir a las empresas explotar tales tragedias por dinero?”. Según Gomez, el true crime revictimiza a las víctimas: las familias de los asesinados vuelven a escuchar cómo suena su apellido en el runrún público y, peor todavía, pueden toparse con recreaciones brutalmente realistas del calvario que sufrió uno de los suyos (entre 1978 y 1991, Jeffrey Dahmer asesinó a diecisiete hombres y adolescentes, todos ellos negros, asiáticos o latinos, con los que inició un vínculo sexual). En Dahmer, la serie creada por el midas televisivo Ryan Murphy, el dilema es más profundo. “La única regla que Ryan impuso fue no contar la historia desde el punto de vista de Dahmer”, dijo Evan Peters, el actor que encarna al criminal: “La audiencia no debe simpatizar con él ni ingresar a su situación particular”. Angélico y pálido, tiene la impronta de un galancito: en la torpeza de sus actos y su insaciable búsqueda de afecto (¿todo asesino serial busca que lo quieran?), es imposible no identificarse con él, tanto que el crítico Richard Lawson escribió en la revista Vanity Fair: “Mientras la serie llora y lamenta respetuosamente toda la pérdida que lo rodea, también convierte a Dahmer en una cosa horriblemente inmortal: un icono”. 

 

Las historias de estos monstruos se cuentan una y otra vez: todos sabemos cómo terminan. Un familiar de una víctima de Dahmer escribió en Twitter que el estreno de la serie convirtió su cabeza en una videocasetera que no puede parar de rebobinar lo horroroso que vivió hace treinta años. Stop. Sucede que los asesinos seriales están en sintonía con la época: son protagonistas de las narrativas que se dividen por episodios y temporadas.  

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.