Ni bombero ni astronauta ni doctor: el niño promedio quiere ser influencer. Es lo que indica una encuesta realizada en los Estados Unidos que devela la ambición de ser famoso por ser famoso (sin talento, habilidad o mérito) y de tener influencia sobre los demás: ejercer poder a través de la admiración, la envidia o el deseo. Con el dato de esa encuesta empieza el documental Fake Famous que se estrenó en HBO Max, en el que se realiza el experimento social de conseguirles miles de seguidores a tres ignotos para comprobar cómo cambian sus vidas reales al ser famosos en internet, y termina en un mar de canjes, ahogados entre objetos que no usan ni quieren.
Un experimento social en busca de celebridad: la fama es una finalidad en sí misma.
La revista The New Yorker bautizó el fenómeno de esta época como “el tedio de la cultura de la influencia”: ahí donde un asiento de inodoro simule ser la ventanilla de un avión privado y el jugo de manzana pase por champagne en la fotito que busca likes, el oficio del influencer será rutinario pero, más que nada, falso. ¡Hasta la mismísima Kim Kardashian tiene la mitad de seguidores comprados! Y eso que parecen chocolates Godiva en realidad son cuadraditos de manteca espolvoreados con Nesquik. Como también muestra la comedia negra Falsa influencer que se estrenó en Star+, el derecho a los quince minutos de fama que parecen otorgarse de manera inalienable a cualquier humano provoca más lágrimas que sonrisas (en fin, sucede con todas las plegarias atendidas): el individuo se guía por el objetivo de mostrar a los demás cuán fabulosa es su vida aunque su vida sea tan miserable como la de cualquiera. El falso famoso hará de una hamburguesa grasienta el manjar más delicioso y de una playita destemplada, el equivalente al paraíso en la Tierra. “El concepto entero de la influencia es lograr que te sientas peor”, dice Nick Bilton, periodista de Vanity Fair y director de Fake Famous: “La gente busca más likes, lo que se traduce en más seguidores y que es la moneda de curso actual de lo más importante del mundo hoy en día y lo que, al parecer, es la obsesión de todos: ser famosos”.
Ya no hace falta tener una habilidad en el arte, el deporte o la ciencia para convertirse en una celebridad: la fama es una finalidad en sí misma. Si el viejo dicho de Andy Warhol se actualiza en tiempos de las redes sociales (“en internet, todo el mundo será famoso para quince personas”), me comprometo a compartir lo que contribuya a una idea general de la alegría para ser, como me dice un amigo, un propagador de las cosas buenas de la vida: bienfluencer.