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Hello Lenin: el nuevo museo de la KGB

La cabeza gigante de Vladimir Lenin mira con asombro el fluir frenético de la calle 14, en pleno barrio neoyorquino de Chelsea: con ojos vidriosos asiste al desfile de paseantes que compran cualquier cosa y parece condolerse por el fracaso de la revolución bolchevique. La cabeza gigante de Vladimir Lenin (y otra de Josef Stalin, pero ésa da más miedo) custodian la entrada del nuevo KGB Espionage Museum, una colección de 3.500 objetos, la más grande del mundo, dedicada al antiguo servicio secreto ruso. En una época de ultracapitalismo, y después del éxito de la serie The Americans, que este año ganó el Globo de Oro como mejor drama televisivo, un pequeño fenómeno cultural explota la nostalgia por la Guerra Fría ahora desde el bando de los ganadores.

A metros del Chelsea Market y de las oficinas de Google, el museo está ambientado como en los sótanos helados de la burocracia moscovita.

 

Hace unos años viajé a Moscú y visité el mausoleo donde está embalsamado el cuerpo de Lenin. Sigue acostado ahí, en una cripta en la Plaza Roja, desde 1924 (menos los 1360 días de la Segunda Guerra Mundial en que lo escondieron en Siberia) y lo más impresionante es su tamaño minúsculo: según me explicaron, los cuerpos embalsamados se reducen casi hasta el enanismo. Por eso me llama la atención el contraste con la cabeza gigante de Lenin que da la bienvenida al museo: todavía no se logra la medida exacta del padre de la revolución. En el museo de la KGB hay todo tipo de artilugios creados para el Komitet Gosudarstvennoy Bezopasnosti, o Comité para la Seguridad del Estado: la policía secreta que hasta 1991 vigiló, espió y aterrorizó a medio mundo. En aquel mismo viaje a Moscú pasé por las oficinas de la antigua KGB, en la plaza Lubianka. Aun muchos años después de la caída de la Unión Soviética, la mole amarilla sigue intimidando más que nada por la puerta principal, una pequeña abertura minúscula incongruente con el gigantismo del edificio y que lograba arquitectónicamente el objetivo de sus dirigentes: que uno, para entrar, tuviera que agacharse y someterse a las imposiciones del poder.

A metros del Chelsea Market y de las oficinas de Google, el museo está ambientado como en los sótanos helados de la burocracia moscovita. Es un viaje en el tiempo como el que proponía la película Good bye Lenin! aunque ahora solo hay que ir hasta la calle para volver al ruido de los autos y el frenesí de la gente comprando. Al salir, la última imagen del museo es la de una camarada de gesto enojado que lleva el dedo índice a la boca: “¡Mantenga su lengua detrás de los dientes!”, exige y recuerda que en todos los regímenes totalitarios el silencio es salud.

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.