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La reconozco cuando la veo

En la tapa de la revista, apenas unas piernas y un culo femeninos sobresalen de la picadora: “Nunca trataremos a las mujeres como un pedazo de carne”, tituló el mismísimo Larry Flynt, director de Hustler, y esa edición se convirtió en una de las más vendidas y discutidas de la historia. ¿Hay discurso en el porno? Es la pregunta que responde la constitucionalista española Ana Valero Heredia en La libertad de la pornografía, un ensayo recién publicado acá. El derecho aún no se puso de acuerdo acerca de la pregunta capital (¿el porno debe ser protegido como cualquier otra libertad de expresión?) pero en la evidencia se delata una cuestión de época: antes, el material XXX tenía un rol contracultural que ofrecía una lectura intelectual; ahora es un rejunte de imágenes espasmódicas que solo apela a la excitación corporal. ¿Todo porno pasado fue mejor?

 

Pornografía y libertad de expresión, a debate: ¿debe protegerse como cualquier otra forma de contenido cultural?

 

“El discurso sexual explícito ha perdido los valores artístico y contracultural que lo han caracterizado a lo largo de la historia, para diluirse en el flujo capitalista industrial como cualquier otro producto comercial de consumo”, escribe Valero Heredia y la comparación salta a la vista: una película como Saló o los 120 días de Sodoma, en la que Pier Paolo Pasolini se propuso alterar los sentidos en réplica a las efervescencias del fascismo, está a un mundo de distancia de cualquier videíto de PornHub o XVideos, el séptimo sitio web más visitado del mundo. Aunque hoy la pornografía sea ubicua (aproximadamente, el 35% de las descargas de internet), la paradoja es evidente: nunca consumimos tanto porno pero la industria muere a manos del digitalismo y con ella, la posibilidad de convertirla en un arte. “Se ha despojado la creación pornográfica de su carácter artístico y, por ende, de su función política”, concluye Valero Heredia. El género conocido como postporno ofrece una narrativa que discute los valores tradicionales pero todavía es muy minoritario frente al porno masivo que carece de ambición artística y no desafía ni discute, más bien: perpetúa estereotipos.  

 

En La libertad de la pornografía se actualizan los dilemas históricos alrededor del contenido XXX y se refresca un duda sin respuesta: con los cambios de costumbres, ¿qué es la pornografía? Si cualquier intento de categorizar lo obsceno comparte destino con la función de un juez (está para fallar), todavía suenan las palabras que se le escaparon a Potter Steward, circunspecto miembro de la Corte Suprema de los Estados Unidos, en una célebre sentencia de 1964: “No sabría definir la pornografía pero la reconozco cuando la veo”.

 

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.