Apenas un índice y un pulgar en alto alcanzan para que el gesto sea interpretado en cualquier bar del mundo: los dedos dibujan una “c” de café y, a la vez, replican el tamaño de una taza. En los últimos tiempos, el arrogante vaso de cartón que importaron las cafeterías multinacionales le está robando protagonismo al pocillo de porcelana gruesa: tan cosmopolita él, con su tapa de plástico, el logo estampado y el nombre del dueño rotulado con marcador, siempre en diminutivos que hacen sentir al bebedor de regreso al jardín de infantes (no puedo lograr que escriban el distante “Nicolás” en lugar del confianzudo “Nico” o, peor: “Nick”).
Para disfrute del espresso, la tradición italiana aconseja usar las tacitas cónicas de porcelana, con el fondo curvo para que la crema se extienda bien y no pierda nada de textura, espesura o color, y siempre de punta en blanco para que el ojo de buen catador pueda apreciar los tonos de la espuma y el café. Pero del vaso de cartón el mismísimo The New York Times dijo que es “un emblema tan vívido como la Estatua de la Libertad” o “la más perdurable pieza efímera en Nueva York”. Creado en 1963 para una cadena de cafeterías de dueños griegos, se lo bautizó Anthora, con un diseño que imita las tipografías helénicas y un lema que se volvió inmortal: “We Are Happy to Serve You” (“estamos felices de servirle”). Desde entonces, se convirtió en un ícono de la vida cotidiana en las grandes ciudades y tuvo infinitas imitaciones, en versiones altas, grandes, ventis.
Se podrá decir que este vil reemplazante de la taza no conserva los atributos milenarios del café y que estamos generando toneladas de basura o talando árboles para que un oficinista apurado pueda beber su vainilla latte de camino al trabajo. Por eso, muchas cafeterías ofrecen un descuento al cliente que lleve su propio vaso, mientras la industria propone ideotas como el revolucionario SmartLid (literalmente, “tapa inteligente“): cambia de color según la temperatura de la bebida, y oscila del marrón oscuro al rojo brillante para indicarle al bebedor ansioso cuándo el café está listo para tomar. ¿Ya no quiere quemarse la lengua? ¡Llame ya!
Publicado hoy en Clarín
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La taza eterna o el vaso efímero
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