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La memoria como inspiración

“Mi abuelo, que era un buen jinete, usaba la fusta para castigar a mi madre cuando era niña. Consiguió convencerla de las ventajas de este método que, al parecer, deja menos marcas que una tunda tradicional”. En pocas palabras, un retrato de la brutalidad familiar y la postal de una generación, la de quienes fueron niños durante los 70, en un mundo de cuerina, fórmica, televisión y canción ligera. La novela brevísima Mi abuelo es una obrita maestra: un compilado de la estupidez humana pero también una muestra fiel del trabajo de la francesa Valérie Mréjen, una de las escritoras fundamentales de hoy. Ella visita esta semana el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA) y ésta es una gran oportunidad para conocerla porque se publica acá toda su obra traducida al español: según el diario Le Monde, las suyas son “novelas en Súper 8”, como si las películas del Gordo y el Flaco hubieran sido filmadas con el pulso inestable y el ánimo opaco de la Nouvelle Vague.

La francesa Valérie Mréjen es una de las escritoras fundamentales de hoy: su obra habla de la familia, el amor y otros horrores cotidianos.

Apenas 82 páginas: en medio de abuelos reales y abuelas falsas (el viejo tenía la costumbre de llevar a las amantes a su casa), Mi abuelo reconstruye una historia familiar que es también la historia de una época. Escritora, artista visual y documentalista, Mréjen repite un estilo en todos sus libros. Muy cortos, se componen de una sucesión de recuerdos que parecen desparramados sin orden ni coherencia (“mi abuelo nos amenazaba diciéndonos que nos iba a amasar la celulitis”) pero, aun en su tono ligero y hasta ingenuo, oscilan entre el homenaje cariñoso y el pase de facturas. La liviandad se transforma en dolor. Es una versión crudísima del célebre Me acuerdo del maestro Georges Perec: por efecto de la acumulación, los detalles crueles, graciosos o intrascendentes de lo cotidiano se suman hasta volverse insoportables y demuestran que la vida real es, también, alguna clase de ficción.

En el recuerdo de una salsa bearnesa bien preparada o de un regalo que se repetía invariablemente cada Navidad, Mréjen confirma que las familias son un mundo aunque casi siempre se parecen: a mí me sorprendió descubrir que en París o en Buenos Aires las madres dicen las mismas cosas para disciplinar a los hijos (“te merecés una buena patada en el culo”) o desautorizar al padre (“en el país de los ciegos, el tuerto es rey”). Termino sus libros y me tiento con la idea de poner por escrito mis propios recuerdos familiares, repletos de tardes veraniegas jugando a la canasta y duraznos en almíbar rellenos con roquefort como los prepara mi madre. En definitiva, no hay nada más raro que lo común.

Publicado en La Nación

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Nicolás Artusi

Es periodista y sommelier de café. Trabaja en radio, prensa gráfica, televisión y online. Escribe libros largos y artículos cortos. Fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.