Una ciudad entra en pánico cuando se descubre una ola de asesinatos cometidos por un monstruo que se esconde… en un clóset. La trama de la película Tengo un monstruo en el ropero (Estados Unidos, 1986) es inequívoca para la doble lectura: si el armario es el mueble donde se ocultan las sexualidades reprimidas, y al acto de contar a los demás sobre la identidad de uno se le dice “salir del clóset”, la criatura se libera tal vez no de la mejor manera. En la semana del año donde la vergüenza se cambia por el orgullo, el libro Scream Queer, del crítico español Javier Parra, repasa la representación LGBTIQ+ en el cine de terror y justo cuando el género cumple cien años se aprecia una evolución desde el predominio de clichés negativos, como psicópatas lesbianas, vampiras bisexuales o asesinos travestidos, hasta la inclusión total a navajazo limpio.
El libro Scream Queer repasa la representación LGBTIQ+ en el cine de terror, justo cuando el género cumple cien años.
“Mi yo adolescente creció metido en un armario, creyendo que Clive Barker era la única persona abiertamente gay que se dedicaba a mi género favorito: el terror”, escribe Parra: “Por suerte, estaba equivocado y la presencia de personajes LGBTIQ+ en el cine fantástico ha sido una constante a lo largo de su historia y no ha hecho sino aumentar en las últimas décadas”. El libro, que como toda película de miedo que se precie ya tiene su secuela (una segunda parte que acaba de publicarse en España), es un ensayo erudito del terror como género y forma de representación cultural. Drácula, la criatura de Frankenstein o el señor Hyde que atormenta al doctor Jekyll son monstruos procedentes de la literatura gótica que el cine clásico explotó como las primeras manifestaciones de lo raro en la cultura popular. En una de las antiguas marchas del orgullo en Nueva York, una pancarta decía lo que se convirtió en un lema fundacional de las teorías de género: “Cuando muchas lesbianas y homosexuales nos despertamos por la mañana, nos sentimos enojados y asqueados, no gays (‘alegre’, uno de sus significados en inglés). Así que elegimos llamarnos queer”.
Es lo que debe sentir Drácula cada vez que se levanta y no se ve en el espejo: enojo y asco. En Scream Queer, Parra analiza el cine clásico de Europa y de Hollywood (“la llegada del Código Hays había conseguido que, en muchas ocasiones, los subtextos fuesen mucho más interesantes que lo que se pretendía contar”) con la codificación del villano como homosexual tapado, lo que promovía la asociación de lo gay con la depravación y la perversión. Desde el Golem o Nosferatu, la sexualización siempre estuvo ligada a la figura del monstruo: uno como el ente masculino capaz de engendrar vida y otro como el bicho desesperado por morder un cuello masculino. Según Parra, “gran parte de los monstruos podían ser fruto de una homosexualidad reprimida”.
Algunas décadas después, el furor del cine slasher divulgó el arquetipo del psychokiller que se ponía un vestido y una peluca para destripar a sus víctimas. Y así se vinculó al homosexual con las figuras del psicópata, la enfermedad o la muerte, en tanto la sangre o el fluido fueran vías para transmitir la peste. Pero el tiempo pasó y las películas cambiaron. En esta época, una idea más equitativa de la representación hace que no siempre la final girl sea una rubia tetona. Ahora, la chica protagonista puede ser un chico.
Publicado en La Nación