Las paredes del edificio son tan finas que se oye la vida de los demás como si fueran radionovelas. El oyente involuntario puede escuchar los tormentos de una madre primeriza aterrada por la mirada de su bebé, las discusiones de un matrimonio setentón en torno a un ratón invasor o las locuras de cuatro adolescentes huérfanos que viven juntos y entre ellos, una chica élfica de inteligencia extraordinaria y belleza singular: un zoológico humano. En La Conejera, la novela de la escritora estadounidense Tess Gunty recién publicada acá, la rutina consorcial condensa la experiencia humana: un mundo de durlock.
En La Conejera, la novela de la escritora estadounidense Tess Gunty, la rutina consorcial condensa la experiencia humana.
El edificio es uno de los pocos que quedan en pie en Vacca Vale, una ciudad ficticia del estado de Indiana integrante del “cinturón del óxido”, la enorme región de la decadencia norteamericana plagada de iconos indestructibles: “Sus iglesias y sus sonrisas. Su maíz enlatado, que recorre cientos de kilómetros antes de regresar al lugar de producción. Las banderas nacionales en el jardín, sus monovolúmenes y sus escuelas cristianas. Las carreteras, la dependencia del coche, sus erres marcadas y amistosas. Dependientes de gasolinera encantadores. La fe y la rabia y la geometría. Todo autopistas y Dios”. No existe mejor descripción de la parte de América que vota a Trump y la autora es Gunty, la escritora más joven (29 años) en ganar el National Book Award, el principal premio literario de su país. Esta novela supuso un fenómeno de época, con una protagonista destinada a ser inmortal porque está viva en un edificio (¡un mundo!) que se extingue entre likes, antidepresivos, fake news, comida ultraprocesada y las mil y una formas de crueldad.
En La Conejera, Vacca Vale lidera la lista anual de “las diez ciudades estadounidenses más agonizantes”: en el imperio del Top 40, un logro. Es el tipo de escenario invisible entre las rutilantes costas del país, miles de kilómetros abandonados a su suerte cuando las grandes fábricas se mudaron al otro lado del mundo para aprovechar los beneficios de una mano de obra más barata. Los estrafalarios habitantes de este edificio con protección social no se destacan por la solidaridad vecinal o la conciencia ambiental porque apenas logran sobrevivir por ellos mismos: son conejos entregados a la cópula y la descarga. Si el Gran Sueño Americano fue la promesa fundacional del siglo XX con su imparable fe en el progreso, esta novela muestra qué queda después del anhelo de autodeterminación, independencia y realización. “Por ser un sueño y por ser americano, no podía durar eternamente”, escribe Gunty, a la que ya comparan con Kurt Vonnegut, David Foster Wallace o J.D. Salinger. Su única obra publicada replica el imperativo del éxito en el negocio editorial: además de los premios y las traducciones, se prepara la adaptación audiovisual aunque no se informó si será una película o una serie.
“Quiero una vida que se parezca un poco más a la vida”, dice nuestra heroína cuando empieza a sospechar que la mayor parte de los Estados Unidos se construyó así: con estilo desechable. Entre las paredes delgadas como una feta de fiambre, los episodios de la vida cotidiana desembocan en un acto final de violencia descabellada pero que nadie se desespere: como dicen en Vacca Vale, “no hay nada más estadounidense que la resurrección”.