Crónicas de viaje: Londres 2014, día 2
“Tenemos tres nuevos cafés que entran la semana que viene”: la novedad es lo que más se aprecia en la ciudad donde se vive según las tradiciones. Los tres nuevos cafés tan mentados (Feijom, de Brasil, Sedie Konga, de Etiopía, y San José, de Colombia) se anuncian en la carta y son las nuevas variedades de origen de Monmouth Coffee Company. Y Monmouth es la mejor cafetería de Londres. Lo digo yo y lo dicen los expertos locales, como el sommelier eximio Phil Crozier, que no duda en enviarme hacia allá cuando le pido referencias de lo más exigentes. En el Borough Market, a pasos nomás del río Támesis, la cafetería invita desde la esquina con una gran mesa comunal donde el aroma del pan en su masa madre se combina con el espresso. Los dueños empezaron a tostar y vender café en 1978, en un viejo local de Covent Garden, y desde entonces fueron pioneros en modelar el gusto inglés por los cafés de origen cuando nadie hablaba (¡ni tomaba!) nada de ellos. Hoy tuestan el grano que compran directamente a pequeñas fincas y cooperativas de todas las regiones cafeteras del mundo. Así, Londres se confirma como el puerto de llegada para lo más exótico del café gourmet, que se sirve en cafeterías de culto como Monmouth, con el espresso como quintaesencia y otros métodos manuales de preparación como fetiches: el sifón, la Aeropress o el simple colado en filtro para apreciar las notas y los aromas. Entre los jóvenes modernos de Londres, como en Nueva York o en Melbourne, el café es una institución sagrada: ahí donde el té de las cinco se tome con pompa y circunstancia, el café se bebe de un tirón. Pura gratificación instantánea.
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