Una lotería o un milagro. “Cómo conseguir entradas para Saturday Night Live: una guía útil”, es el título de una nota de autoayuda que publica una revista neoyorquina ante el estreno de la temporada número 45 del superclásico televisivo. Se dice que hay que tener contactos en las altas esferas del showbiz, buenas dosis de paciencia y estamina (hay fanáticos que acampan en la puerta de los estudios de la NBC desde el lunes, anhelantes de la amabilidad de un extraño productor que a veces aparece) o suerte. Muchísima. Una lotería asigna localidades al tuntún en una tómbola cuyo premio mayor no es una casa estilo americano sino una entrada para ver en vivo el programa histórico. ¿Y si esta semana te toca a vos?
Se dice que solo los muy afortunados pueden estar ahí, en vivo, entre el público de ‘Saturday Night Live’.
Me tocó. No la lotería, porque nunca gané ni a la casita robada, sino el milagro de la amabilidad de una extraña (en mi caso, una oyente de radio con amistades en el canal y una generosidad enorme). Un sábado a la nochecita ella me cita en la esquina de la Sexta avenida con la calle 48 y me dice que guarda una sorpresa. Cruzamos el vestíbulo del Rockefeller Center, el edificio art-déco que se levanta como una roca en el centro de Manhattan, y cuando un ascensor tamaño hospital nos lleva hasta el mítico estudio 8H descubro que me estoy elevando hasta el paraíso de la televisión, un mundo donde la misa no se celebra el domingo a la mañana sino el sábado a la noche. Al centro, donde estaría el altar, la orquesta; a los costados, los decorados de los sketches; de frente, un púlpito con varias filas de asientos y sobre nosotros, una advertencia ominosa con la dialéctica de una secta: una vez que entremos no podremos salir. Ni para ir al baño. Los celulares no tienen señal. Están prohibidas las fotos. Hay que guardar cierto decoro en el atuendo. Y aunque un monaguillo de utilería nos arengue con micrófono para que ensayemos nuestras risas, la seriedad general del ambiente ya es de liturgia: “Si usted puede ver en vivo un episodio de Saturday Night Live se convertirá en una pequeña… pequeña parte de la historia de la televisión”, consagra la revista New York al espectador devoto. Esta noche oficiará de párroco el actor Joseph Gordon-Levitt y la banda inglesa Mumford & Sons tocará lo mejor del cancionero.
Más adelante me sorprenderé de que el actor invitado tenga un ángel que lo conducirá de la mano entre los distintos pasos de comedia, y que lo vestirá mientras corra de un lado a otro, o me preguntaré cómo es que no usan teleprompter sino unos enormes carteles de cartulina con toda la letra, hasta el saludo, escrita con marcador negro grueso. Pero mientras espero que se encienda la luz roja de las cámaras y la voz deus ex machina del director apure por altoparlante la cuenta regresiva (ten, nine, eight…), ya me siento una pequeñísima parte de la historia de la televisión (seven, six, five, four…), entro en éxtasis religioso (three, two, one…) y puedo oír el salmo que me hace sentir vivo: “Live from New York, it’s Saturday Night!”.
Publicado en Brando
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