“Era un farsante, pero no del todo…”: así lo describió el célebre escritor inglés W. Somerset Maugham, que coincidió con él en tiempo y espacio. Al hermético Aleister Crowley se lo conoció como farsante y también como mago, escritor, alpinista, pintor, patinador, alquimista, libertino, ícono pop (es uno de los personajes que posan en la tapa del disco Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles) y mil cosas más, pero nunca se supo del todo quién se escondía detrás de su máscara. Por eso, la publicación de Hija de la luna, acaso su novela más autobiográfica, echa algo de luz sobre el mito oscuro: entre otras cosas, Maugham le dijo a Christopher Isherwood que sólo había conocido a dos hombres poseídos por el Mal y que Crowley era uno de ellos.
La novela más autobiográfica del legendario ocultista Aleister Crowley echa algo de luz sobre el mito oscuro.
El libro es un ejemplo de la manera en que los artistas ajustan las cuentas: el poeta W.B. Yeats aparece como un tal Gates, un irlandés roñoso con las uñas mugrientas, y la bailarina Isadora Duncan figura como una tal Lavinia King, aquí a salvo de chalinas mortales. Si uno de los grandes eurekas de Crowley fue su exploración de las dos grandes divisiones de la magia, la que invoca las fuerzas del bien y la que llama a las del mal, Hija de la luna se debate en una batalla entre magos blancos y negros justo antes de la Primera Guerra Mundial, cuando el protagonista Cyril Grey quiere alumbrar a un ser etéreo junto a una joven, pero los malos se proponen impedir esa misión mágica. “Si no les interesa el ocultismo de aquellos años, lo mejor es que lean esta novela”, escribió Mariana Enríquez en la contratapa: “Van a entender por qué es tan fascinante. Influyó la música, el arte, el cine, la imaginación. Es historia. Es pop. Es locura. Y es, ante todo, magia, es decir, la capacidad de cambiar con palabras la realidad”.
La novela fue escrita en 1917, durante una estadía en Nueva Orleans, y se publicó en inglés en 1929 pero era casi imposible de conseguir en castellano. Hasta ahora. Esta hermosa edición de Hija de la luna existe porque los derechos de la obra de Crowley entraron en dominio público hace pocos años. Amigo de Fernando Pessoa y Xul Solar, que le quiso presentar a Borges, y gurú de Ozzy Osbourne y Jimmy Page, le habría encantado que su novela seminal haya inspirado a un grupo tan popular como Iron Maiden para componer su canción Moonchild y que llegue al fin del mundo para las nuevas (de) generaciones. “Crowley no sólo fue un raro, un yonqui, un animal sexual, una nota al pie en el siglo XX o, en el mejor de los casos, un gran ocultista”, escribió Federico Fahsbender en el prólogo: “Fue, para muchos, el profeta del culto de la Ley de Thelema, la filosofía religiosa y teúrgica de la ley de ‘haz tu voluntad’”. Nacido en 1875 en Inglaterra, fue un precoz self made man: se hizo a sí mismo. Fundador de un credo que tiene devotos hasta en la Argentina, trazaba una mueca macabra cuando los diarios de su época lo retrataban como “el hombre más malvado del mundo”.
En su búsqueda de la verdad espiritual, el automitólogo fue un demiurgo de su personalidad pública. La lectura de Hija de la luna es una aproximación fantástica a la vida de un mago que tuvo mil vidas hasta que murió a los 72 años: entonces, Crowley se rindió después de una existencia basada en una dieta de aguardiente, leche y heroína. Fue su último truco.
Publicado en La Nación